SOBRE BREVES DEFINICIONES Y OTROS DELIRIOS DEL TIEMPO /POR RAMÓN ELÍAS LAFFITA Y EDELMIS ANOCETO VEGA
PRÓLOGO
El reloj como timón o eje de partida
EPÍLOGO
Dentro de la poesía cubana, aquella que encuentra tema, motivo e, incluso, asunto en lo social, refleja o presenta matices cívicos y políticos, tiene profundas raíces y amplio cultivo. Desde el primer cuarto del siglo XIX, la mayoría de nuestros poetas han mostrado en sus versos, con menor o mayor énfasis, inquietudes político-sociales.
Si se repasa con cuidado la «breve» historia de la poesía nacional, se comprueba que la mayoría de nuestros mejores exponentes fueron, al unísono, pensadores comprometidos, individuos muy al tanto de los avatares colectivos y de los procesos políticos e ideológicos de su tiempo. Esto ha sido posible en Cuba, y no solo en Cuba, porque las contrariedades existenciales y la inquietud metafísica que la poesía tiene como simiente están muchas veces vinculadas a esa autoridad que el poeta, como todo ser social, se ve obligado a acatar o contravenir.
La relación de la poesía con el poder se da en dos formas fundamentales: cuando la necesidad expresiva del poeta no entra en discrepancia con el proyecto social, sus creaciones adoptan la vertiente de la epopeya, el canto de alabanza fundacional y la afirmación de los valores y principios de ese poder. Por el contrario, cuando el poeta discrepa, es muy común que asuma en sus versos un decir lírico, como un modo de expresión de apariencia descomprometida, de tono angustiado; aunque también puede asumir la sátira, la ironía, en una abierta provocación al estatus imperante o, incluso, llegar a la crítica y la denuncia. Este último caso es el de Breves definiciones y otros delirios del tiempo, de Fernando Lobaina Quiala.
La nación cubana continúa bajo duras circunstancias, y la correspondencia de la poesía con esas circunstancias sigue siendo palpable en las creaciones y las publicaciones, tanto de autores noveles como consagrados. Los versos de carácter «urgente», por así llamarlos, a veces tienden a efusiones herméticas de singular entramado simbólico, y en otras ocasiones, como contraste, a un discurso más directo, testimonial y expositivo de la relación sujeto-sociedad. Esta nueva entrega de Lobaina Quiala navega entre esas dos aguas.
Como en su libro anterior, Sueño vertical y el diluvio de las cosas —donde se adelantan muchos de los rasgos que presenta Breves definiciones…—, el discurso de este poeta sigue siendo ríspido, cortante y cáustico; las piezas que integran el volumen, en su mayoría breves, se componen de frases cortadas, yuxtapuestas, que semejan el decir de una voz delirante. Véase en este sentido el poema «Nepotismo (apacible) [10:00]» o el fragmento «-V-» de «Otros Delirios del tiempo (en agonía)», extenso texto donde el poeta muestra un notable ejercicio de composición. Especialmente en esta pieza, estamos ante ideas poéticas sucesivas y aparentemente inconexas, pero la inconexión es un recurso que ayuda a reflejar la realidad alucinante y dantesca que evocan los versos.
La
interpretación y la reinterpretación conceptual y metafórica de la nación se
dan ahora a través del tiempo, y es la noción temporal la que impulsa, con
fuerza dramática, para que la voz de los poemas adopte las posturas más
disímiles, pero que al final transmiten el mismo sentimiento de auto
indefensión y de inconformidad, martillado constantemente por la expresión «tic-tac,
tic-tac, tic-tac…». Así,
el libro todo es una gran parábola, ese Reloj que funciona como una diabólica
maquinaria, indestructible, desafiante, Reloj que marca las horas menos gratas:
mutismo, lamento, holocausto…
Poesía de introspección al mismo tiempo que de expansión, personal y colectiva, se sitúa el sujeto lírico en el yo y en el nosotros, de manera alterna, con mucha cercanía entre ambos: «Sucumbimos contra un Muro sin lamentos / simulando estar vivos, vamos. / Arráncame la lengua / para desbordar el vértigo, / arráncame el ojo propio que no divisa el pánico», pero por más que se implique al otro, al prójimo plural con el que se identifica el poeta, la poesía sigue siendo por excelencia un gesto de intimidad, una tentativa inigualable para acercarnos a la soberanía interior de quien la cultiva.
A pesar de que Lobaina Quiala se adentra en zonas en extremo complejas de una realidad y un contexto específicos, logra irrigar su discurso con elementos contrastantes y vislumbrados desde diferentes ángulos: emotivos, sensoriales, intelectivos…, por eso al concluir la lectura de un poema parece que estamos ante una creación orquestal, lo mismo ocurre al finalizar la lectura de cada sección y finalmente del libro. Así nos percatamos de que las veinticuatro piezas de la sección «Breves definiciones del Delirio» presentan una forma y extensión semejantes y al mismo tiempo tienen motivos diferentes, como mismo son iguales en duración las horas del día, al tiempo que diferentes en cuanto a los sucesos que en ellas transcurren. El poeta es quien dice lo que nadie ha dicho, y al hacerlo deja dicho mucho más de lo que ha pretendido, propone un infinito de sentidos.
Un poema descuella, «La peregrinación (forzada)», no porque muestre una nueva actitud formal: el poema en prosa —que no prosa poética—. Se trata de una especie de resumen, de una tesis, poética, pero tesis al fin que Lobaina Quiala ha puesto allí, casi al final, con todo acierto, como clímax del poemario. Los temas son el engaño, la creencia forzada, la búsqueda de una tierra de promisión inexistente. La pieza se debate en la cruzada constante entre la muerte y la existencia, con tono en extremo grave, que roza lo siniestro. Hay en esa peregrinación pasajes que rememoran momentos de Sueño vertical…: «Obstinado peregrinar para consumar milagros. / Desmesurado en el empeño: logros mezquinos»; en Breves definiciones… se insiste igualmente en el fracaso de la búsqueda: «tras décadas de peregrinaje, no se vislumbra un destino placentero». Sin embargo, no puede haber detención para el ser, los seres, que se ven forzados a emprender el viaje «en su ideología pendular de ida sin regreso». El dolor, la angustia y el ambiente inquisitivo que laten en todo el cuaderno alcanzan en este poema sus mejores matices.
Vivir como un ser comprometido con su tiempo, está
claro, no hace de nadie un poeta notable, sin embargo, en ese compromiso puede
darse una manera, más que notable, novedosa, de ver la vida, de relacionarse
con la belleza, el pensamiento, la tradición y el idioma, o sea, poetizar en el
sentido simple del término, pero también en el más abarcador. Cada escritor es,
además de lo que él puede hacer a partir de sus aprendizajes, lo que los
aprendizajes han hecho de y con él. Dicho esto, se impone hacer ver que el
autor de Breves
definiciones y otros delirios del tiempo emprende un camino muy diferente de otros
autores cubanos que han destacado por sus versos de tema social y político —si
bien más lo primero que lo segundo—, por mencionar algunos de sus
contemporáneos, Sigfredo Ariel, Alejandro Ponce, Reinaldo García Blanco, Sergio
García Zamora, Oscar Cruz y Rito Ramón Aroche. Lo que Lobaina Quiala logra
dentro de esa tradición de corta data, acaso sin proponérselo, es apartarse de
una manera de decir, específicamente de una manera «edulcorada» de decir el
poema de urgente preocupación sociopolítica. Enhorabuena.
EDELMIS ANOCETO VEGA
Santa Clara, mayo de 2024
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