ENTRE EL CUERPO Y LA IDEA / Por José Hugo Fernández
CUERPO DE MIMBRE DE YENET PEREZ PRIETO
(Prólogo)
ENTRE
EL CUERPO Y LA IDEA
Mi primer
contacto con los versos de Yenet Perez Prieto fue a través de “Cartas desde la
Isla”, una muy grata corroboración de que, en el interior de Cuba, al margen,
casi ajena al bullicio mediático, al empalagoso intercambio de elogios entre
vates, o a la aburrida apología de ciertas vacas sagradas (siempre las mismas),
no ha dejado de fructificar lo bueno de nuestra simiente poética, sostenida
entre hartazgos y desesperanzas, generalmente escrita para la gaveta, pero no
por ello menos genuina.
La lectura
de “Cuerpo de mimbre”, el segundo de los poemarios de Yenet que llega a mis
manos, ratifica, con creces, aquella apreciación inicial. Delicadeza, desenfado
y una suerte de consustancial energía parecen ser el jaspe granoso sobre el que
la poeta pule la autenticidad de sus piezas.
En casi
todos los poemas de este libro me ha parecido notable el vigor que desata la
autora en el empeño por aluzar con una fina ironía la oscuridad que tematizan.
Usted desarticula/ combina/ complementa/ medio deseo/ con algo de necesidad/ y
obtiene un producto que no se define/ pero parece un buen sustituto/ de lo que
hubiera querido… Resulta igualmente estimable el sutil hilo filosófico con que
a veces entreteje sus versos, y otras veces los acogolla a manera de broquel
contra la roña, el ofuscamiento, o la tristeza: La escena sobre lo que significa
atravesarse una locomotora/ en el cerebro./ El cuerpo, todo, humea y usted se
siente un pájaro; y se eleva/ cuando esto sucede (en forzosa levitación)/ perfectamente
desajustado/ se siente como Edward Scissorhands./ Con sus torpes/ pesadas manos
saluda a Olímpia/ que le hace un guiño./ Las rosas/ (o bien, las cosas con
puntos negros)/ conversan/ cruzando la
cera y las invisibles hilachas del fuego…
Son
pequeñas historias poetizadas, que se hilvanan con un lenguaje cercano al habla
común, pero sin permitirse el mimetismo, y que exhiben una búsqueda constante
del equilibrio entre lo conmovedor y lo sarcástico, entre la emoción cósmica y
el apego a las ruindades del entorno: Hay perros mansos y perros peleadores/
plenos de libertad y esclavos de su apariencia./ Para los mansos, sus maderas,
su flotación/ es como la redondez/ del viento/ pues nada valioso (material) nos
tiende amarras/ ni en la boca ni en el alma… La frase seca y sin
rodeos contrasta asimismo con el desdén por lo superfluo, mientras que el
acento mordaz corta el paso a esa vaporosa sensación de belleza con la que
muchos (tal vez demasiados) poetas de hoy procuran el favor de sus lectores. En
los poemas de “Cuerpo de mimbre” he creído observar un reclamo punto menos que
obsesivo por la extrema claridad, que es otra de las virtudes en peligro de
extinción actualmente, quizá porque sólo resulta alcanzable mediante una
lucidez fuera de lo común. A fin de cuentas, ya nos lo dejó bien advertido
Coleridge: el momento en que surge la idea de un poema es de gran
excitación, pero de una naturaleza muy distinta al momento en que el poema toma
cuerpo.
Este libro
de Yenet Pérez, que ha tenido el acierto de publicar la Editorial Dos Islas, de
Miami, abre con un epígrafe de Martí: “Cuánto me cansa o sobra encuentra puesto
en mi cesto de mimbre: allí va cuánto me indigna o me repugna o causa espanto”.
Creo que no podría ser más oportuna, ni más precisa, la frase del más universal
de los poetas cubanos, en tanto síntesis del contenido de “Cuerpo de mimbre”. Y
también, de paso, como resumen de la inspirada y dolorosa emoción que lo
sustenta.
José
Hugo Fernández, septiembre de 2024.
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