DEMOS UNA OPORTUNIDAD A LA NOCHE / ANDRÉS E. DÍAZ CASTRO


 

En la poesía de Andrés E. Díaz Castro la noche no es telón de fondo: es materia viva, protagonista y territorio de revelación. En ella se tantea con los ojos cerrados, como quien se adentra en un laberinto, y se descubre que la palabra es el único fuego que aún puede alumbrar. Este libro —Demos una oportunidad a la noche— es un descenso al misterio, un viaje donde la sombra no es simple ausencia de luz, sino espacio donde lo humano se confronta con lo inasible.

Los poemas aquí reunidos surgen del asombro y de la herida, del desconcierto y de la memoria, pero también de la obstinación por seguir nombrando lo innombrable. Cada texto abre una fisura en lo cotidiano: lo real se funde con lo simbólico, lo íntimo se expande hacia lo universal, y el yo poético se reconoce frágil, apenas sostenido por imágenes que son ráfagas. Así se levantan escenarios donde laten relojes que devoran, pájaros funerales, lluvias que ahogan o redimen. Nada se ofrece como adorno: cada símbolo es una huella del tránsito humano, cada imagen un eco del vértigo.

El tono oscila entre lo visionario y lo íntimo, entre la confesión y la sentencia. No hay concesiones al lirismo fácil ni refugio en consuelos decorativos: la poesía de Andrés es palabra que se enfrenta al vacío, que busca sentido en la intemperie. Y, sin embargo, incluso cuando asoma al abismo, no se instala en la desesperanza. Siempre hay un resquicio, una intuición de luz, una fe secreta en que aún en lo oscuro puede revelarnos una verdad. Esa tensión entre la caída y el resplandor, entre la ausencia y la palabra, constituye el núcleo vital de este libro.

El título mismo —Demos una oportunidad a la noche— es una invitación y un desafío. Se trata de no huir de la sombra, sino de entrar en ella con todos los sentidos, confiando en que en el corazón de la tiniebla también puede surgir un resplandor inesperado. La oportunidad concedida a la noche es, en realidad, una oportunidad concedida a la poesía: un gesto de confianza en que la palabra, aún herida y vacilante, puede sostenernos frente al silencio definitivo.

Estamos ante una obra que exige lentitud. Cada poema convoca al lector a demorarse, a escuchar el peso de la imagen, a convivir con el enigma. Andrés escribe desde un diálogo permanente con el tiempo y con la muerte, pero lo hace con la conciencia de que, incluso en la finitud, la palabra puede abrir un territorio de revelación. La noche de este libro no es mero vacío: es un espacio fértil donde la fragilidad se vuelve presencia y la herida se transforma en signo.

Demos una oportunidad a la noche es, en suma, un mapa de la condición humana escrito con lucidez y temblor. Sus poemas nos recuerdan que la poesía no evita la intemperie: la atraviesa. Y que, al atravesarla, incluso en la forma más desgarrada, sigue siendo un acto de confianza, una tentativa de diálogo con lo invisible. Aquí el lector, descubrirá que no camina solo: en la noche de Andrés hay compañía, hay memoria y hay palabra. Y esa palabra, al pronunciarse, nos devuelve algo esencial: la certeza de que la poesía aún puede sostenernos, incluso cuando todo lo demás parece disolverse.


Cuándo dijo

Hágase la Luz

ya

la palabra alumbraba

parida por un deseo

de soles vivos

 

Hazme

le dijo a la Luz.

(Hazme)


 

Acontezco

y me disuelvo en relojes

esas puertecitas de fuga

 

Sucedido

y sucediendo

ante el parpadeo

de los asombros

 

Rehúyo

cauto

los espejos

prefiero la mirada 

que suaviza mi imagen

con pincel

de pestaña cómplice.

 (Acontezco)


Hay

un poema

con el sentimiento de culpa

que corresponde

 

Es mi poema suicida

mi poema cómplice

escrito

con las palabras tachadas

en mis versos frustrados

 

(Poema cómplice)

 

Ya nada ocurre

en la calle del barrio

la del niño

ya no existe

ni el niño

ni lo esperado.

(Calle Esperanza)


 Ya sabes

esos meandros

esa corriente cansada

y ese delta allá

esa obra

justo

cuando

nos devora el mar. 

(Memorias del río)

 

Llueve y

una sensación

de orfandad me cala

tiemblo

y la lluvia

susurra

horror de infancia

mientras

un caballo

pasa

y tibio

humea tristeza.

 (Aquí, así de simple, llueve)

 


 

Tengo hambre

de lo que ignoro

hambre que

busca saciarse

en el árido confín

de los muertos satisfechos.

(Hambre)


El zumbido

del enjambre

no es solo el de mis alas

danzo con los demás

una improvisada danza

en pos

del lugar

donde agoniza

la última flor.         

(En pos)


 

La sombra de

una sombra

esa luz

cuando

palpamos el misterio

palabra a palabra

gesto a gesto.

(Otras visiones y tactos)


 Soñé vivir

una vida única

trascendentes

y he tenido suerte

la mía es

un rayo de luz

en el mediodía del desierto

y no me he dado cuenta

encandilado.

(Encandilado)



 


 

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