LA HUIDA COMO JUEGO KAFKIANO por Abel Germán Díaz
LA HUIDA COMO JUEGO KAFKIANO
Hay una
idea que me parece apasionante, por discutible. Viene a decir que el estilo y
la armazón importan más, incluso, que el “contenido” filosófico, de compromiso
o —por decir algo más genérico—, meramente cultural de una obra literaria.
Punto de vista éste que pone el acento en la parte lúdica, o específicamente
artística, ésa en la que el escritor aparece como un “encantador”, alguien que
nos engaña con una verdad que no es la verdad preconcebida (social, cultural,
religiosa, política...) que por aceptada nos condiciona, sino la de la obra en
cuestión que, en todo caso, nos reta; y, como suele ocurrir con casi todos los
retos, nos enriquece. Hablo —insisto— de la “verdad” que se construye en y/ o
con el juego artístico-literario. Así asumimos, p. ej., la transformación de Gregorio
Samsa y, si nos place, como parte del solaz, luego arrastramos esa ocurrencia
como metáfora hacia significados equis, para que el horror de lo monstruoso (o
lo humorístico de lo grotesco, si no ambos) se licue en esa lógica que responde
a la necesidad que tenemos de “explicarlo” todo, y, a la vez, contemporizar, a
sabiendas o no, con tales condicionamientos.
Tríptico de la Huida, de José Hugo Fernández, lo ilustra fehacientemente. Se trata de una triada novelística formada por, en este orden, “Los jinetes fantasmas”, “La tarántula roja” y “Agnes la giganta”, tres novelas breves que pueden leerse de forma independiente —de hecho es como pueden haberse leído hasta ahora, en las ediciones, también en este orden: la primera, de la Editorial Neo Club Ediciones y, las dos últimas, de Editorial Dos Islas—, pero también, si se hace con esa perspectiva, como partes que se complementan hasta formar, si no una única novela, sí un corpus inconsútil, que es el Tríptico en sí.
Los títulos mismos nos orientan en tal sentido. Y por eso (quiero decir, también por lo que estos ya sugieren), la referencia al personaje Gregorio Samsa y, por tanto, a Kafka, es atinada. ¿Un artista del hambre, un hombre- escarabajo, un simio que escribe informes...? Todo alude a un juego, a otro mundo que, situado en paralelo con el mundo del Tríptico, suscita interrogantes de similar entidad: ¿Jinetes fantasmas, una tarántula roja, una giganta? —En ambos entramos en un universo creado-inventado del que participamos previo pacto no escrito con el autor o, más exactamente, con sus historias y sus personajes.
En “Los jinetes fantasmas” José Hugo nos traslada a un Miami que no sé si se ve o no reflejado, pero que existe, además de que también hay una parte importante que transcurre en la isla (un Miami y una Cuba pues que, más allá de los puntos de contacto con los lugares “reales”, que los hay, son el Miami y la Cuba de este universo específico). El argumento gira alrededor de un cuadro pintado por un loco. Y más. El gran poeta Ramón Fernández- Larrea, que la reseña, apunta esta observación iluminadora:
“Gente
que vive bajo el mismo sol con delirios diferentes. Gente que olvida o recuerda
y que planifica sus vidas para salir de sus vidas en una especie de eterno
retorno a la nada que aspira un día a dejar de serlo. Gente divertida que
sufre, o gente sufridora que pretende divertirse. Emigrantes, exiliados,
cubanos todos que han sido puestos a coincidir en el mismo momento con todos
sus momentos distintos. Y que parecen ser iguales sin serlo. O, para decirlo en
las propias palabras del autor: ‘Y como
no podía ser de otra manera, lo hace exponiendo la fiereza y la falta de
sentido común de los seres humanos, junto
a su propia indefensión al lanzarse a enmendar el destino que le ha sido impuesto.”
Eso en “Los jinetes fantasmas”. En “La tarántula roja”, por otra parte, se planea el robo de un misil nuclear soviético de alcance medio, de los que fueron desplegados en Cuba por la URSS en 1962, lo que, como se sabe, provocó un peligroso conflicto que se conoce como Crisis de Octubre o Crisis de los Misiles. El robo de un misil que se quedó por allí, en Cuba, imagínense. Esta premisa, ya de por sí hilarante, da pie a no pocas situaciones esperpénticas y humorísticas, amén (como siempre en la obra de José Hugo) de jugosas reflexiones y referencias culturales que nutren el relato.
Y, por último, en “Agnes La Giganta” regresamos a un pueblo cercano a la Ciudad de La Habana, donde se halla una extraña mujer de proporciones gigantescas llamada Agnes: ¿Una prisionera del régimen?, ¿una autómata?, ¿una extraterrestre? Incógnita que se arrastra hasta el final y más allá, como uno de los tantos “misterios” que, en la realidad-real, suelen habitar en el oscuro corazón que comparten los regímenes totalitarios.
Como habrán notado por las sinopsis, cada obra sugiere esa independencia a que me refiero más arriba. Por lo que cabe preguntarse: ¿Cuál es el denominador común que las aglutina? ¿Qué vasos comunicantes relacionan sus contenidos? ¿Qué hace, en fin, que formen, pese a su diversidad, un conjunto que pueda denominarse, en propiedad, Tríptico? Existen dos razones evidentes. La primera, sin duda, es que hay personajes que van de un libro a otro, tales el investigador privado Rodríguez Montero y El Isleño, este último quizá una especie de alter ego del autor. Aunque José Hugo confiesa una segunda: afirma que la auténtica conexión está... ¡en el exergo! Refiriéndose a las palabras del poeta romano Publio Ovidio Nasón que encabezan la primera de las novelas, “Los jinetes fantasmas”: “Huyo de lo que me sigue; voy detrás de lo que huye de mí”. “Ahí está —asegura el autor con su humor característico— el pollo del arroz con pollo”.
Y sí, en las tres historias lo que se produce, en efecto, es eso: Una huida y (puntualizo yo) una persecución simultánea. A fin de entenderlo mejor, imaginemos un individuo que huye de algo, el tipo corre y deja atrás determinadas cosas que, para resumir, y dado el caso, llamaremos “Patria disfuncional”, y mientras lo hace se va expandiendo al frente un panorama lleno de luces y de sombras que, para resumir también, denominaremos “Exilio”. O sea, huye de cosas y, la huida misma, le hace perseguir (o ir hacia) otras. En esencia, el drama de los exiliados. Un drama que los obliga a ser lo suficientemente selectivos como para que la necesaria apropiación-reconstrucción no los mutile; es decir, no se convierta en una deconstrucción (o desmantelamiento) del Yo primigenio. En otras palabras, se trata de huir de algo hostil —que es lo que está en la raíz del gesto— y, a la vez, perseguir algo que se requiere y que, paradójicamente, parece alejarse, o por lo menos resistirse —dando forma así a muchos de esos destinos. El equilibrio (y es algo que se respira en esta triada), parece imposible. El punto donde convergen huida y persecución (tal es el orden), el punto de esa convergencia, digo, son los sujetos del exilio, los personajes, una jodida masa de puntos que, al desplazarse, se diría que se hallan en constante dilución.
Son dos,
pues, los componentes básicos que amalgaman este conjunto, a saber: 1) el
trasvase de personajes, y 2) esa dinámica dual (y en cierto modo antagónica),
el binomio huida/ persecución que se desenvuelve siguiendo la línea axial que
marca esos destinos. La misma que, según todos los indicios, trazó el gran
Ovidio.
Y ahora conviene que nos refiramos a otro componente esencial de estas obras y, un poco en general, de la obra toda de José Hugo: el humor. Algo que él logra, no recurriendo al recurso fácil que tanto abunda en la literatura isleña, consistente en hacer hablar a los personajes en la jerga del cubano marginal o apelando al chiste fácil y procaz, sino a través de circunstancias que producen ese maravilloso efecto. Hablamos, por consiguiente, de humor situacional. Estamos ante tres historias (tres situaciones) que tienen algo de ciencia ficción, de distopía, de relato onírico. En suma, de realidades alternativas que abordan, desde esa óptica debidamente distorsionada, el mundo cotidiano de toda una época. Y lo hace, a veces con sarcasmo, con gracia otras y con agudeza siempre.
Por ello es forzoso recordar otra vez al “humorista” Kafka. En José Hugo, como en el gran checo, hay también algo onírico y, en consecuencia, algo absurdo, y (también en consecuencia) algo angustioso que, en uno (Kafka) tiende a resolverse dramáticamente y en otro (José Hugo) con una especie de guiño que podríamos calificar, tal vez, de tragicómico. En José Hugo lo “absurdo kafkiano” es llevado al “absurdo cubano” que, en definitiva, es el “absurdo universal “, para manipular la realidad sin dejarse arrastrar por los tópicos de la Historia, sino extrayendo de ello lo grotesco situacional. En fin, por estas páginas no desfilan meras caricaturas u ocurrentes borrachos de bar, sino circunstancias tan esperpénticas (repetir el término es necesario) que recuerdan por fuerza la historia tal como se ha vivido y se vive desde hace más de sesenta años en Cuba y en el exilio cubano.
Es así,
a partir de esa sabia fusión del andamiaje y el estilo con un contenido o fondo
de gran profundidad (que, ¡ojo!, puede escapársele al lector que se distraiga
en la superficie amena y jocosa de lo anecdótico), como José Hugo logra elevar
la literatura cubana a un nivel que traspasa los tópicos del folclore y el
panfleto resentido, que tanto daño hacen a su eficacia. José Hugo es un
“encantador”, pero de los que no mienten.
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