POMARROSAS EN EL AMANECER por José Hugo Fernández

 


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POMARROSAS EN EL AMANECER


Se ha dicho que en lo incomunicable subyace el núcleo de toda auténtica poesía. Pudiera ser una frase hecha, una más, pero lo cierto es que explica por qué a la hora de repasar la obra de la poeta Lídice Megla, precisamos invariablemente empezar por el final, es decir, por lo último que ha escrito.

Así como las placas tectónicas se mueven en una especie de danza mágica, incesante, para redefinir la superficie de la Tierra, la obra poética de Lídice ha venido creando sus propias cordilleras y bosques, abismos y cascadas, mediante un ajetreo que no parece obedecer sino a reventazones de la emoción, las que, como tales, sacan a la luz lo que está más próximo a la corteza, dejando a buen amparo lo recóndito, aquello que bien pudiera con el tiempo (o no) romper las envolturas que le ocultan. 

Tal vez no sea casual que en su más reciente conjunto de poemas, “Lugares amables”, ella dedique una de las piezas (“Movimientos”, justo la que abre el libro), a las oscilaciones de las placas tectónicas, aludiendo al misterio de “lo que queda por entender” sobre este fenómeno. En cualquier caso la expresión funciona puntualmente como un símil cuando se aplica al proceso creador de la poeta.

¿Qué nos quedaría entonces por entender después de la lectura de este nuevo poemario? Lo primero, según creo yo, es que en verdad lo incomunicable sigue permaneciendo en la base del quehacer poético de Lídice. No como impedimento para la plena exteriorización de sus capacidades, sino, al contrario, como un todo inspirador e inagotable, dado a prodigarse fragmentado en partes que van complementando sus efectos para la tarea creadora. Así como las placas tectónicas ocasionaron el nacimiento de los árboles para que después en sus ramas anidaran los pájaros, cada nuevo libro de Lídice es un paso significativo hacia la totalidad de su universo lírico.

Lo que en un inicio fue tirón pasional; y luego, fructificación del pensamiento, hechizo ante el poder de la naturaleza, brillantez y sombra, serenidad, vigor y fineza entremezclados… todo converge ahora en “Lugares amables”, sirviendo de soporte al fruto de un nuevo movimiento tectónico, al parecer destinado a visibilizar experiencias que aun cuando no sean del todo ajenas a la poeta, no alineaban entre las constantes de sus versos. Pongamos la melancolía, el desaliento, o alguna especie de perplejidad, indicadora quizá de quien desea ser optimista pero al final no lo consigue.

En este libro, donde ningún poema es regular, para mi gusto al menos (todos son de alto estándar), Lídice invoca, por instantes, al miedo, a la flor del vacío, a las sombras del subconsciente, a la imposibilidad del retorno hacia los lugares amables, a la vida diseca… En otras ocasiones se percibe como una loba milenaria aullando paz; o esfumándose, instantánea, gratuitamente; o titubeando ante la presunción de que no le será dado alcanzar el paraíso poético. Hay desgarro sin duda a manos llenas, hay destilaciones agridulces, desconsuelo, ironía dolorosa, hay aullido escapado del arrobo… Pero al final todo ello conforma el carácter anecdótico de la obra, que es lo que menos cuenta para un género cuyos valores no es aconsejable (ni siquiera posible) definir por sus temáticas, en tanto empieza y termina como manifestación de la belleza o la emoción estética a través de las palabras, o aún más, mediante el hilo de subjetividad que puedan ir tendiendo las palabras.

De modo que los estados del ánimo de la autora no constituyen en absoluto la nota descollante en “Lugares amables”. Son apenas nuevos complementos de un corpus expresivo que lejos de regodearse en el pesimismo y el desaliento a todo trance, ha sentado sus pautas en la representación de una muy personal vitalidad humanista. Lo sustancial que muestra el poemario es el ingenio de Lídice para demostrar la certeza de lo incomunicable como surtidor del crecimiento y la renovación poética.

No fortuitamente las piezas tristes y hasta las que destilan una relativa aflicción, lejos de contradecir, corroboran el perfil elegante a la vez que apasionado y soñador de la poeta. Sin que importe en lo más mínimo de lo que traten, todos los poemas de este conjunto se patentizan frescos, delicados y aromáticos como pomarrosas en el amanecer. No nos queda sino celebrar la aparición del libro. Y aguardar, expectantes, por futuros movimientos en las capas tectónicas de Lídice Megla.

José Hugo Fernández, marzo 30 de 2023.











Biografía 


El escritor habanero José Hugo Fernández ha publicado una treintena de libros, entre ellos, las novelas Los jinetes fantasmas, Parábola de Belén con los Pastores, Las mariposas no aletean los sábados, Mujer con rosa en el pubis, Florángel, El sapo que se tragó la luna, El tigre negro, Cacería, Agnes La Giganta o El hombre con la sombra de humo; los libros de relatos La isla de los mirlos negros, Yo que fui tranvía del deseo, Hombre recostado a una victrola, Nanas para dormir a los bobos, Muerto vivo en Silkeborg o La novia del monstruo. Los libros de ensayos y crónicas  Siluetas contra el muro, Los timbales de Dios, La explosión del cometa, Rizos de miedo en La Habana o Entre Cantinflas y Buster Keaton. Reside actualmente en la ciudad de Miami. 
 

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