POMARROSAS EN EL AMANECER por José Hugo Fernández
Amazon.com: LUGARES AMABLES (Spanish Edition): 9798390311288: Megla, Lídice, Interián, Odalys, Interián, Odalys, Fernández, José Hugo: Libros
POMARROSAS EN EL AMANECER
Se ha dicho que en lo incomunicable subyace el núcleo
de toda auténtica poesía. Pudiera ser una frase hecha, una más, pero lo cierto
es que explica por qué a la hora de repasar la obra de la poeta Lídice Megla,
precisamos invariablemente empezar por el final, es decir, por lo último que ha
escrito.
Así como las placas tectónicas se mueven en una
especie de danza mágica, incesante, para redefinir la superficie de la Tierra,
la obra poética de Lídice ha venido creando sus propias cordilleras y bosques,
abismos y cascadas, mediante un ajetreo que no parece obedecer sino a
reventazones de la emoción, las que, como tales, sacan a la luz lo que está más
próximo a la corteza, dejando a buen amparo lo recóndito, aquello que bien
pudiera con el tiempo (o no) romper las envolturas que le ocultan.
Tal vez no sea casual que en su más reciente conjunto
de poemas, “Lugares amables”, ella dedique una de las piezas (“Movimientos”,
justo la que abre el libro), a las oscilaciones de las placas tectónicas,
aludiendo al misterio de “lo que queda por entender” sobre este fenómeno. En
cualquier caso la expresión funciona puntualmente como un símil cuando se
aplica al proceso creador de la poeta.
¿Qué nos quedaría entonces por entender después de la
lectura de este nuevo poemario? Lo primero, según creo yo, es que en verdad lo
incomunicable sigue permaneciendo en la base del quehacer poético de Lídice. No
como impedimento para la plena exteriorización de sus capacidades, sino, al
contrario, como un todo inspirador e inagotable, dado a prodigarse fragmentado
en partes que van complementando sus efectos para la tarea creadora. Así como
las placas tectónicas ocasionaron el nacimiento de los árboles para que después
en sus ramas anidaran los pájaros, cada nuevo libro de Lídice es un paso
significativo hacia la totalidad de su universo lírico.
Lo que en un inicio fue tirón pasional; y luego,
fructificación del pensamiento, hechizo ante el poder de la naturaleza,
brillantez y sombra, serenidad, vigor y fineza entremezclados… todo converge
ahora en “Lugares amables”, sirviendo de soporte al fruto de un nuevo
movimiento tectónico, al parecer destinado a visibilizar experiencias que aun
cuando no sean del todo ajenas a la poeta, no alineaban entre las constantes de
sus versos. Pongamos la melancolía, el desaliento, o alguna especie de
perplejidad, indicadora quizá de quien desea ser optimista pero al final no lo
consigue.
En este libro, donde ningún poema es regular, para mi
gusto al menos (todos son de alto estándar), Lídice invoca, por instantes, al
miedo, a la flor del vacío, a las sombras del subconsciente, a la imposibilidad
del retorno hacia los lugares amables, a la vida diseca… En otras ocasiones se
percibe como una loba milenaria aullando paz; o esfumándose, instantánea,
gratuitamente; o titubeando ante la presunción de que no le será dado alcanzar
el paraíso poético. Hay desgarro sin duda a manos llenas, hay destilaciones
agridulces, desconsuelo, ironía dolorosa, hay aullido escapado del arrobo… Pero
al final todo ello conforma el carácter anecdótico de la obra, que es lo que
menos cuenta para un género cuyos valores no es aconsejable (ni siquiera
posible) definir por sus temáticas, en tanto empieza y termina como
manifestación de la belleza o la emoción estética a través de las palabras, o
aún más, mediante el hilo de subjetividad que puedan ir tendiendo las palabras.
De modo que los estados del ánimo de la autora no
constituyen en absoluto la nota descollante en “Lugares amables”. Son apenas
nuevos complementos de un corpus expresivo que lejos de regodearse en el
pesimismo y el desaliento a todo trance, ha sentado sus pautas en la
representación de una muy personal vitalidad humanista. Lo sustancial que
muestra el poemario es el ingenio de Lídice para demostrar la certeza de lo incomunicable
como surtidor del crecimiento y la renovación poética.
No fortuitamente las piezas tristes y hasta las que
destilan una relativa aflicción, lejos de contradecir, corroboran el perfil
elegante a la vez que apasionado y soñador de la poeta. Sin que importe en lo
más mínimo de lo que traten, todos los poemas de este conjunto se patentizan
frescos, delicados y aromáticos como pomarrosas en el amanecer. No nos queda
sino celebrar la aparición del libro. Y aguardar, expectantes, por futuros
movimientos en las capas tectónicas de Lídice Megla.
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