PARÁBOLA DE BELÉN CON LOS PASTORES de José Hugo Fernández. Una poética de la ficción y lo marginal.
PARÁBOLA DE
BELÉN CON LOS PASTORES de José Hugo Fernández.
Una poética de
la ficción y lo marginal.
La simulación es lo único que no se simula,
la ficción es la realidad última
Eric Bentley
Dios le teme a
los hombres. Anoche me lo dijo, cuando lo desperté para preguntarle por qué
vuelan los pájaros. ¿De nuevo con esa bobería, Belén? Y con la misma se viró al
otro lado para seguir durmiendo. Mas yo sé dónde le duele a Dios, lo conozco
como si lo hubiera parido. Padre –lo pinché–, perdona, pero no entiendo cómo
puedes roncar a pata suelta mientras en tu valle de lágrimas las cosas andan
como el tren eléctrico de Casablanca, reculando y a ciegas. Si los que
planifican la hecatombe se la pasan destrenza que destrenza ecuaciones hasta
altas horas, con ojos como platos; si el hambre dilata las retinas a la vez que
retuerce las tripas; y si, en fin, cada día están más insomnes los fantoches,
los esbirros y los fariseos…
Con este
diálogo entre Belén y Dios comienza José Hugo Fernández su novela, y nos
presenta a Belén, la loca del barrio Cocosolo, en Marianao, una infeliz marcada
con la piedra negra y a cuya sombra ni los perros se arriman… una
insignificante vagabunda de quien lo menos que se comenta es que está más
chiflada que la romana del diablo. Una
total irreverente, con esa desfachatez y sinceridad que le confiere la locura,
una desquiciada por sucesivos traumas, que no respeta nada, ni a nadie, ni
siquiera a Dios, que es su vecino, o su igual con el que puede tener simpáticas
cavilaciones. La voz que le otorga José Hugo a esta mujer es profunda,
inteligente, conmovida, dueña de una sabiduría lúcida, enriquecida por una
sabia instintiva. Sus palabras están llenas de extrañas filosofías, y de una
tristeza que no tiene remedio. Y es que la pérdida de seres queridos, sobre
todo la pérdida de un hijo es motivos más que suficiente para rayar en la
demencia. Pero lo cierto es que Belén no está ni enteramente loca ni
enteramente cuerda. Desapego y ternura, amor y odio, genialidad y torpeza,
sordidez y generosidad componen la vibrante personalidad de esta mujer que por
momentos nos hace dudar de su locura por los aciertos y la veracidad de las
cosas que dice o hace, quizás porque la locura no puede vivir sin un poco de
razón, y solo a través de ella el hombre sabrá razonar correctamente, y eso es
lo que intentaba enseñarnos Erasmo de Róterdam en El Elogio de la locura: el
sabio tiene dos lenguas, una para decir la verdad y otra para decir cosas que
consideran convenientes según el momento… la razón, para ser razonable, debe
verse a sí misma con los ojos de una locura irónica. Cuando la locura
parece ser el mejor remedio, la conciencia del hombre sabrá guiarlo en su lucha
contra la inconsciencia. La infinita decadencia es asimilada por una especie de
desaliento o de vacío ante la indefensión y la congoja.
La literatura y
la vida real están llenas de cuerdos locos, partiendo de los tiempos bíblicos
con el ejemplo del rey David quien sintiendo temor por su vida se propuso
engañar al rey de Gat, disfrazando su cordura, haciendo garabatos en las
puertas y dejando que la baba le rodara por la barba. También el conocido poeta Ezra Pound fue
declarado paranoico por los psicólogos para poder librarse de una pena de
muerte. Cervantes y Shakespeare utilizaron la locura de sus protagonistas para
criticar la realidad contemporánea. Nos exhibieron sus personajes locos en
circunstancias difíciles. Pero si Hamlet se hace muy escéptico, y sospecha de
las palabras del fantasma de su padre, y de todos, hasta de sí mismo. Y si, por
el contrario, Don Quijote tiene una fe firme, y nunca duda de su fe. Belén se
ha nutrido de todos esos locos que la antecedieron, despotrica contra todo,
(hasta contra su Yave querido) y parece aseverar el viejo dicho del diablo: Piel
por piel. (Y) El hombre dará todo lo que tiene por salvar su vida.
Mira, Dios,
perdóname…, Fui a la iglesia en busca de consuelo para el alma, pero como vi
que sólo me ofrecían resignación, pensé que de momento lo único que valía la
pena era tirarle al consuelo de mi barriga. ¿Recuerdas lo que dijiste, aquello
de que tus ministros están pescando ahora en el río revuelto de la nosequé?
Pues sabrás que una de sus carnadas favoritas es el condumio. Y como quiera que
yo vivo baracutey y que para colmo en La Habana cada día hay más iglesias y
menos restaurantes en moneda nacional, pues nada, me dejé llevar por los
designios inexorables del destino.
Foucault
considera que la locura tenía una fuerza primitiva de revelación. También debe
creerlo Hugo por la forma en que trata el tema, y por lo que le añade al
personaje. Con un enfoque divertido narra el itinerario de un alma que busca
volver a la inocencia anterior, cansada del hastío y la desilusión, de la
angustia y la abulia que la acompañan. Y es que nadie sabe a ciencia cierta lo
que es la locura, porque lo irracional solo puede explicarse irracionalmente. Belén manifiesta su locura en sus palabras,
mientras que demuestra cordura en sus acciones. Como todo héroe cómico, su
preocupación por la situación precaria de los seres humanos es sincera, todos
ellos insisten en el deseo de mejorar el mundo; pero la triste realidad pronto
los convence de que son tan frágiles e insignificantes para cambiar alguna
cosa, y no les queda más remedio que ocultar sus sabidurías bajo una apariencia
de locura.
No puede faltar
en la obra de este ávido escritor la problemática cubana, una realidad que
vamos descubriendo poco a poco en su literatura. Lo testimonial de la novela,
el penetrante lenguaje donde dialogan textos de la tradición judío-cristiana
con una memoria de la sátira de las novelas picarescas desde Quevedo, y tan
nutrido por intertextos literarios y culturales, hace que resulte interesante
lo que nos tiene que decir este intelectual que de un modo diáfano critica al
hombre en el apego a sí mismo y su incapacidad de ver, en la mentira, la
verdad, que se burla de la hipocresía religiosa y del oportunismo de un sistema
que declaró el estado ateo y donde santeros, cristianos, espiritistas tuvieron
que sumirse en las sombras, para luego propiciar una apertura que solo llevaría
a una religiosidad enferma y a una fe manipulada y manipulante. Nos declara un juicio
arraigado en la lucidez y en su personal idea de interpretar la vida. Si bien
es cierto que la mayoría de las religiones han fracasado en mostrar amor
genuino, y una fe sin hipocresías. Él nos ofrece en Parábola de Belén y sus
pastores un claro contraste entre aquellos que prefieren la falsedad y
demuestran ser de la clase de Esaú que se venden por un plato de lentejas y no
muestran ningún respeto por las cosas sagradas, tan bien representada con
Belén: lo tuyo en las iglesias es responder amén a todo lo que se hable, con
la jaba abierta todo el tiempo para lo que caiga, y punto, y con la clase que prefiere la devoción pura,
incontaminada, aunque eso conlleve a ser perseguidos y marginados.
Porque hay algo
más peligroso que la locura y es la hipocresía, y más peligroso que el
deterioro económico, es el deterioro espiritual. Esta es la lección que nos
deja esta Parábola. Y toda parábola trae implícita una comparación, encontramos
similitudes con el tiempo de Jesús, donde se evidenciaba la falta de espiritualidad
y la pérdida de valores. Recordamos la advertencia: Tengan cuidado con la
levadura de los fariseos, que es la hipocresía. Jesús dejó al descubierto
la falsedad de aquellos guías ciegos que llevaban al rebaño a más oscuridad
espiritual, los sepulcros blanqueados, que les gustaba tanto aparentar ser
limpios y puros; pero que en su interior estaban llenos de robo, engaño, e
inmundicia. También encontramos aquí un cumplimiento profético, el tiempo en
que crecerían juntos el trigo y la mala hierba y se nos pinta un cuadro vívido
de Babilonia la grande, la madre de todas las rameras en su acostumbrada
fornicación con los reyes de la tierra.
Y él: supongo
irás a contarme que por allá abajo, en esa isla donde vives, se habla ahora de
un milagroso resurgimiento de la fe y que finalmente les han sacudido telarañas
a las puertas de los templos. ¿No es eso, Belén? Y yo: sí, más o menos. Y él:
pues no constituye noticia para mí, lo sabía, como también sé que los políticos
y los evangelistas, que hasta ayer de tarde se pedían la cabeza, andan en luna
de miel, tirando juntos los anzuelos en el río revuelto de la intemperie
espiritual y la desesperación humanas.
Antón Chéjov
decía: Cuanto más alegre es mi vida, más sombríos son los relatos que
escribo. A diferencia, lo que llama la atención es saber que esta novela
Hugo la escribió en una de las peores etapas de su vida. Y, aun así, ver como
recurre al humor para abordar tópicos políticos-religiosos y para recrear
diversos universos transitados por la parodia y el sarcasmo, donde no faltarán
las máscaras, el disfraz perfecto de la simulación, porque el ser humano es en
esencia un artífice de la ficción de sí mismo y del mundo. La ficción abre un
espacio de libertad para el escritor y el lector, pues surge de la inconformidad
con el mundo existente. Y es que toda ficción parte de la experiencia vital del
creador. La realidad real formada justamente por los elementos de la
experiencia personal en base a los cuales configura la realidad ficticia de sus
obras y donde tienen lugar en el proceso creador esas vivencias que lo han
marcado, y que son procesadas mediante la memoria, o la experiencia.
La ficción es
verdadera en la medida que logre persuadirnos, —decía Carlos
García-Bedoya—. Ella crea un orden del que la vida carece y permite así el
éxtasis en el que podemos estar simultáneamente dentro y fuera de uno mismo. Y eso es lo que logra Hugo, persuadir al
lector a la vez que produce un placer estético. Nos encontramos ante una
poética que le confiere voz a los vacíos y los silencios individuales, poética
de lo sórdido, y lo banal, que ahonda en los resquicios de la memoria
individual y colectiva. De valor
histórico esa sucesión de tendencias que usa el autor para interpretar la realidad
y darle un sentido, —no a la manera de los poetas—, José Hugo no pretende
sublimar nada, recorre tanta miseria, incluyendo la humana; pero hace que uno
se enamore de la náusea, que uno simpatice con locos y vagabundos, y con la
gente común. La capacidad de transmutar una historia que interroga, que declara
certezas, que construye una metáfora de la vida, del abandono, y de la búsqueda
poética misma, un imaginario de carencia que establece correspondencia entre la
desidia y la tolerancia, que, aunque hable de una pérdida de la espiritualidad
traversa un valor espiritual de primer orden.
La búsqueda como requerimiento para recoger lo trascendente que emerge
de lo aparentemente intrascendente. El sujeto y el mundo, simulacro del
simulacro que se vuelve realidad para atender al oscuro reclamo propio o de los
otros. Un drama que va borrando las fronteras entre realidad y ficción, entre
persona y personaje en su hondura de alteridades, una prosa directa que lograr
la convergencia del hecho estético y la fusión comunicacional, de quien sabe
conciliar ambas cualidades para desarrollar esa complicidad con el lector.
José Hugo
Fernández consigue equilibrar el lenguaje poético con la serenidad y elegancia
de una prosa amena que repleta con imágenes ocurrente, con una aguda sagacidad,
donde se destaca el poder de su imaginario y su capacidad simbólica. La hondura
que experimenta en esa búsqueda existencial y no poética de la vida.
Conmueve. El autor consigue llevarnos
de la mano en toda su narración gracias al ritmo y la musicalidad del lenguaje,
el interés que despierta el tema con el mensaje que lleva la tensión y emoción
que provoca la rapidez con que se desarrolla —sin ser superficial— y las
síntesis expresivas que logra recrear caracteres y ambientes además de analizar
los sentimientos más íntimos de sus personajes.
Desde la ficción logra expresar verdades que cuestionan al mundo en su
abierta actitud disidente. Su capacidad discursiva se caracteriza siempre por
su profundidad conceptual y humana a pesar de recoger la aridez de la violencia
y la marginalidad social. Sin abandonar el tono reflexivo de quien ve los
cambios que están trasformando una comunidad y qué puede esperar de ellos, su
mirada certera y crítica hacia los años de carencia y oportunismo y las
reflexiones sobre cómo reanudar la sociedad y la política tras el caos que
sobreviene cuando se ha perdido la esperanza.
Acumula años de desilusión y desabrimiento, describe las pericias que
tienen que hacer sus personajes para sobrevivir en las duras realidades que les
han tocado vivir, sus protagonistas son gente común cuyos sueños, añoranzas,
frustraciones son fielmente interpretados por el narrador que ha sabido
plantarlos en la vida. Y aunque tiene como objetivo hacer reír, y reímos con
sus magníficos diálogos y sus ingeniosidades, además de expresar indignación no
puede disimular un trasfondo moralizador.
Y este es, uno de sus méritos que logra permearnos en su intención de
tocar las fibras más hondas, a la vez que nos hace indagar y reflexionar en
ciertos acontecimientos y cambios notables de una generación, con una narración
donde la supuesta pequeñez de la cotidianidad no excluye la legítima atención
al curso de los destinos de un país.
Cuando uno lee
a José Hugo Fernández, descubrimos que estamos ante un escritor auténtico,
además de ser un autor prolífero, con una veintena de libros publicados, en
cualquiera de los géneros que incursione, uno agradece sobre todo la sinceridad
y la honestidad del escritor que reflexiona en torno a la ficción de una manera
constante y sistemática, y que no busca solo entretener. Este escritor sabe seleccionar un argumento
interesante —incluso hasta simple— y adecuarlo a las técnicas que requiere para
hacerlo esplendente. Esa sabiduría que
transpiran los diálogos, la oralidad desenfadada, son otros de los muchos
aciertos de su escritura.
En este libro
sobresale la intensidad de las relaciones humanas, pero también la
incomunicación, la total frustración de una sociedad que no se salva de la
desesperanza, y donde los personajes con sus odios, pasiones, virtudes y
mezquindades se funden para formar una imagen inmensa de la Cuba de los años
90. Todo en esta narrativa se nos torna
real, conocido, impacta el argumento y la frescura de esa prosa desbordada de
temas que nos interesan, textos marcados por el dolor, la ternura, la
incertidumbre, el vacío que engendra ese extraordinario afecto de simpatía y
extrañeza en el lector. Aquí se nos ofrece una narración que acopia las
paradójicas relaciones entre vida y literatura en su intento por destruir los
horizontes que las delimitan.
Odalys Interián
Hermoso y profundo texto sobre una obra del gran Hugo. Gracias Odalys.
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