LA VERDADERA PATRIA DE LILLIAM MORO / By ODALYS INTERIÁN

 





LA VERDADERA PATRIA DE LILLIAM MORO

By ODALYS INTERIÁN

Hay en la verdadera poesía -diría Lorca- un perfume, un acento, un rasgo luminoso que todas las criaturas pueden percibir. Y es lo que encontramos en la poesía de Lilliam Moro. Esa deleitable iluminación que emana de sus textos. La pulcritud de estilo, la intensidad, los tonos melancólicos, la agudeza de pensamiento, un silencio hecho de conjeturas, todo un discurso armónico donde nos encontrarnos con el tiempo intacto de la memoria.

Para Lilliam, la poesía era su casa, el sitio donde sentarse a mirar los recuerdos como viejas fotografías, un sitio de revelación, de resistencia, el hogar, el país, la patria verdadera. Patria personal, donde nace y renace, un horizonte abierto desde donde puede contemplar el mundo y contemplarse, el camino de la búsqueda de una verdad esencial que revele el sentido del origen. Escribe para fijar preguntas, los vértigos que nacen de la perplejidad, y la desazón existencial. Escribe angustiada por la incertidumbre de futuro, acosada por el doliente sentido de la existencia y la visión de desolación, ruina y precariedad que acompañan el presente. Moro buscaba comprender lo incomprendido desde la belleza y el espanto, una palabra en la incontestable pregunta del silencio que pudiera traspasar todos los límites. Poesía de historias descarnadas y anhelos redentores. Donde encontramos una sobreabundancia de diálogo con la realidad, y con una tradición asimilada a la que le agradece cierta cultura para la poesía: Eliot, Quevedo, Rilke, Lezama, Baudelaire, Vallejo, San Juan de la Cruz, Virginia Woolf, entre otros. Los poemas homenajes, los de tono elegíaco y de alabanza, junto a los poemas sociales, constituyen los centros generadores de su lírica. Un ejemplo de emocionalidad profunda lo encontramos en los versos finales del poema dedicado a Charles Baudelaire publicado en la Gaceta de Cuba, La Habana, en 1965: solo con el amor como un cadáver que velaremos /pacientemente, en silencio, delante de la cara apenada de los amigos /y el pésame y la vela blanca y la rata corriendo por encima de las flores quemadas. Lilliam sabía que no había nada más importante para homenajear a un poeta que un poema, lo hizo muchas veces. Quizás por aquello de que Honrar honra, o porque la poesía sirve para crear presencia, y para traer lo ausente. Yo tampoco encuentro nada mejor para honrarla que ese diálogo con su poesía, que ese acercamiento a esa fibra viva de su poesía que recoge el dolor nuestro de cada día.

Si me pidiera una palabra para definir a Lilliam, sería serenidad, esa imperturbabilidad que hacía que uno se sintiera cómodo en su presencia. Y es justamente ahí donde aflora uno de los rasgos más significativo de su poesía, la disposición para reflexionar. Pero que nadie se engañe, tras la calma aparente, la apacibilidad, y la mansedumbre de Lilliam, se escondía una fuerza avasalladora, incontenible que se desborda en sus versos: no rompas el espejo que te pongo delante /porque en cada trocito habrá multiplicado lo que no quieres ver /uso la insinuación como metáfora para decirte lo que te molesta/ pero no: que nada es tan sencillo… cuando la piel del alma en carne viva /implora una esperanza… Esta poeta inmensa que habla con lucidez, que escribe desde la sinceridad, que le duele todo el dolor del mundo, que escribe versos certeros, y lleva las reflexiones siempre a un plano trascendente, que recoge todo para que no se pierda, palabras, ruidos, voces, los ojos de los extraños días… Habla como quien ha vivido todo, como quien ha sufrido en carne propia el desprecio y la intolerancia, y a lo que teme, a lo que verdaderamente teme, es a la insuficiencia existencial, a no ser, o a lo que es peor: que la obliguen a ser lo que no es:

Rómpete el pecho contra el mundo -nos dice-, como quien se ha librado de un miedo antiquísimo, como quien sabe ordeñar silencios, verdades que extrae de ese ritmo vital y conciso de sus meditaciones, como quien no abandona la memoria, pero se siente salvada, intocable, como quien carga con el asombro diario y vuelve a ver su vida y la representa, y vuelve a los recuerdos, pero con una nostalgia salvada. Yo una vez tuve un país -nos dice- y creí que tenía un universo… Hoy Puedo vivir en cualquier sitio. Ha conocido el daño que hacen las ideologías que naturalizan la desigualdad y que permiten o establecen formas de injusticias, su poesía entonces se vuelve un método de denuncia, testimonio, protesta. Porque hay que estar de pie sobre los miedos, alzarse contra el discurso bárbaro.  Hacer silencio cuando las palabras van hacia una verdad, cuando suena a pasión descomunal esa verdad tremenda: no tiembles. /Que no vean que te mueres de miedo, /que no sepan que no tenías para casos así /ningún poema preparado. Porque –una isla es una porción de tierra /rodeada de paranoia por todas partes /–nos apedrearon –no es metáfora–. La Isla, el país que quiere olvidar para salvarse de la añoranza y una amarga tristeza, repitiéndose como si necesitara convencerse:

Yo nunca estuve allí;

pero llegan las cartas de otro mundo,

llega el olor del musgo húmedo y verde

de una tarde de lluvia;

llega el tufo a pasado,

el vuelco en el estómago

al ver la ingenua letra de mamá

escribiendo mi nombre como su verso más perfecto.

Reviso la gramática de urgencia

en qué tiempo te ubico

patria hinchada de sol,

torpe incesto maldito que hace ruido en el pecho.

 Para Lilliam, la nostalgia era una muerte crónica, una forma de morir. No es que se viva en el pasado -decía-, es que se vive fuera del tiempo, en el continuo paréntesis de la insatisfacción, en la huida de sí mismo. Su poesía intenta recobrar lo próximo, aunque vayan sus versos con un rumor de polvo herido  mientras los días pasan comiéndonos el alma… y esta ciudad contiene tantos gritos, tanto clamor ahogado, tanta ceniza amarga, días consumidos… dónde está el último cauce, /la distinta palabra /o el ruido de los mares bajo la tierra…  La poeta nos entrega una obra rica en consideraciones, y en interrogantes, cargada de introspección, pero donde no faltará un reclamo por la injusticia, y el sentimiento de solidaridad.  No son los males violentos los que nos marcan –diría Emile Ciorán– sino los males sordos, los insistentes, los tolerables, aquellos que forman parte de nuestra rutina y nos minan meticulosamente como el tiempo.  Para Lilliam esos males diarios son los peores, las noticias que llegan de la isla, el éxodo interminable, la visión por todos lados trágica que se repite. La poesía se vuelve un acto de salvación, no importa que las palabras no alcancen para decir el dolor, que no sean suficientes para decirlo todo, que ni siquiera logren describir la crueldad y la impunidad que hay en el mundo. Lilliam deja un testimonio de resistencia, pertenece al grupo de poetas insobornables, que entienden que no tienen nada y esa miseria radical que comparten se convierte en un acto político valiente, denodado: Porque un día no seré el protegido /los hombres armados que arremeten /contra los otros hombres /de los que miran mi rostro de frente y de perfil /los que agarran entintan mi indefenso pulgar /los que golpea sin piedad las dos mejillas /y me empujan impávido ante un muro /dónde espero el disparo de gracia.

 A pesar de la denuncia y el malestar que inunda su poesía, en la obra de Lilliam no tiene cabida el nacionalismo estrecho. El significado de patria está alejado del ideal clásico del dulce et decorum est pro patria mori, y también de la sublimidad del cristianismo, para quienes la patria principal, o acaso única, continúa siendo el Paraíso.  Tampoco podía definir la patria moralmente identificándola con el lugar donde reinara el bien, porque entendía que el mal estaba por todas partes. Leyéndola, el encuentro cercano al pensamiento de Benjamín Franklin: Donde more la libertad, allí está la patria.  Y para Lilliam, la poesía era la patria de redención y libertad, el castillo personal desde donde controla los contratiempos y los graves augurios… Si la felicidad necesita un eco para perpetuarse, también la poesía. Porque los poetas poetas (como le gustaba decir a Lilliam) se prolongan, son continuidad, fundan lo permanente, cargan con su destino, lo llevan con su peso y su grandeza siempre hasta la última aurora. Los poetas poetas escuchan lo que murmura la sangre, y lo escriben, aunque suene a insensatez y locura, cargan, como diría Hermann Hesse, la vida de todos los hombres que no quieren mentirse más a sí mismos.

 La realidad es demasiado escueta para que podamos soportarla, nos daña con toda su carga de aflicción, con su verdad innegable de miseria y desamparo. Y hay necesidad de huir, de salirse, de aprender el olvido -no el olvido total, sino aquel que hace una enajenación de los recuerdos que abruman y nos inmovilizan. Lilliam pudo escapar de muchos lugares, exiliarse; pudo salirse de un aburrido mundo de obviedades y lugares comunes, escapar del peso terrible del ayer, del tiempo y hasta de la propia realidad de la muerte. Pero de lo que si nunca pudo escapar fue de la poesía, como hija adoptiva aceptó su ciudadanía perenne. Poesía, Patria, Reino, desde donde puede mirarse hacia el futuro y las eternidades. Si en el conocimiento no hay explicaciones para el dolor, el absurdo del tiempo y la muerte. La poesía nos convence que la muerte no acabará con los poetas, la muerte no puede con la poesía porque esta se nutre de la vida, y la muerte no es más que la vida. La muerte ni siquiera es un país del que no se regresa. La muerte es solo sueño. La poesía es continuidad, infinitud, un espacio de vida indestructible. 


-  25 DE FEBRERO DE 2021

ODALYS INTERIÁN









Odalys Interián Guerra (La Habana, 1968), poeta, y narradora cubana residente en Miami, dirige la editorial Dos Islas. Tiene publicado los libros: Respiro invariable, Salmo y Blues, Sin que te brille Dios, Esta palabra mía que tú ordenas, Atráeme contigo, Acercamiento a la poesía, Nos va a nombrar ahora la Nostalgia, Donde pondrá la muerte su mirada, Te mueres, se mueren, nos morimos, Aunque la higuera no florezca, esta es la oscuridad, Un gorjeo de piedra para el pájaro ciego. Su obra poética y narrativa ha aparecido en revistas y antologías de varios países. Premiada en el prestigioso Concurso Internacional Facundo Cabral 2013 y en el certamen Hacer Arte con las Palabras 2017. Primera mención en el I Certamen Internacional de Poesía “Luis Alberto Ambroggio” 2017 y tercera mención en el mismo concurso de 2018. Fue merecedora del segundo premio de cuento de La Nota Latina 2016. Premio Internacional ‘Francisco de Aldana’ de Poesía en Lengua Castellana (Italia) 2018. Premio en el concurso Dulce María Loynaz, (Miami 2018), en la categoría Exilio. 



    

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