LA QUE DESTAPA LOS TRUENOS /ACERCAMEINTO A LA OBRA DE LIDICE MEGLA POR ODALYS INTERIÁN

 




A thing of beauty is a joy for ever:
Its lovliness increases; it will never
Pass into nothingness…
                       —John Keats 

LA QUE DESTAPA LOS TRUENOS /ACERCAMEINTO A LA OBRA DE LIDICE MEGLA

Cuando nos disponemos a leer un libro que lleva la firma de José Hugo Fernández, sabemos de antemano que será una convocatoria, una celebración, un recorrido apasionante y revelador donde siempre habrá mucho aprendizaje. Seduce el estilo personalísimo, la inmediatez y calidad esencial, la frescura y el dinamismo de su prosa. Certero, audaz, suficientemente iluminador.  Dueño de un ritmo inimitable, de un buen sentido del humor y una intensidad en la escritura poco común. Se va haciendo imprescindible y necesario leerlo, no solo por sus acertadas valoraciones sobre el panorama literario de nuestros días, particularmente aquel en el que discurren poetas, narradores y ensayistas cubanos, sino también por la manera como engrandece la literatura este autor tan prolífico.

La que destapa los truenos no es en absoluto un libro generalista, lleno de “lugares comunes”, es un ensayo ajeno al didactismo y al tono aleccionador, y es que José Hugo no es propiamente un crítico al uso que hace alarde de sus conocimientos en largos libros para expertos. Todo lo contrario. Es un escritor que va directo y al grano, que no se anda con rodeos, no cuelga citas, ni escoge textos al azar como simple relleno, o para impresionar. La precisión aquí es hermosura, es la virtud de quien sabe desbrozar hasta quedarse con lo estrictamente necesario. Es realmente fascinante la calidez, la forma como entabla una relación de intimidad muy provocadora con el lector, y hace que este participe, que trace su propia búsqueda y al mismo tiempo su aprendizaje, a partir de coincidencias, superposiciones o las opiniones que deja planteadas con tanta maestría.

Hugo es un lector sin igual. Pareciera que se acerca a leer con la mente en blanco, libre de conceptos; pero con todos los sentidos alerta, y con su intuición intelectual bien afilada. Es uno que ve con los ojos cerrados, que tiene el poder de presentir toda la inmensidad y complejidad de la poesía, que puede penetrar una zona de sombra e iluminarla con una visión de claridad total, o con la lucidez de sus reflexiones.  Quien lo lee pronto se dará cuenta de su erudición, pero también notará una admirable modestia. No hay que esforzarse mucho para descubrir que su escritura es un modo de expresar gratitud por aquellos escritores que lo antecedieron, por esos autores que relee y admira. Es un autor que sabe sacarle el jugo a las ideas y expresiones de los otros, para llevarnos donde quiere. Y es que la auténtica actitud creadora consiste en eso precisamente, en abrirse al mundo sin imposiciones, ni resistencias, en saber escuchar y recibir. Tal parece que la poesía,  -por no decir los poetas-, despiertan cierta curiosidad desbordante en él, la necesidad de entender como asumen el hecho poético, de qué modo y con cuales recursos se enfrentan a su labor de escribir. ¿Qué los hace poeta, de dónde viene la inspiración, o las sublimes iluminaciones poéticas? ¿Como se enciende la imaginación?  ¿Servirá el detonador emocional para escribir bien? ¿bastará la imaginación y las emociones para mantener encendida la llama de la poesía? La cuestión del cómo, y de las influencias literarias, serán algunos de los temas repasados en este libro. El autor ahonda en los viejos enigmas de la creación artística,  convencido que eso implica andar en terreno pantanoso, porque sabe que en poesía nada queda explicado para siempre, y que cualquier intención de definirla o desentrañarla solo puede agregar más misterio al misterio que ya es, y a él, lo que más parece importarle es lo que consigue, esas emanaciones del espíritu, esas impresiones incandescentes, esas sacudidas de los sentidos, que desbordan la capacidad de nuestra conciencia, por eso entiende que solo puede dejar a lo sumo, un punto de vista, algunas ideas sobre la poesía, la mirada que queda magistralmente expresada y que tanta riqueza proporciona a esta obra. 

Si para Borges la literatura era un espacio lleno de vida, para José Hugo también lo es, a través de su escritura se palpa el entusiasmo, la alegría del hallazgo, el regocijo de encontrarse frente a un gran texto, o frente a una auténtica poeta. En este libro propicia un encuentro con la excelente poeta cubana Lídice Megla, es una suerte de entrevista, donde más que interrogarla -deja, por así decirlo, que escriba una parte significativa del texto, como para fijar presencia, o para hacernos una imagen de ella más cercana a la verdad,  que deje fuera las conjeturas y las suposiciones. Mientras recorre su quehacer artístico, lo sentimos vibrar, maravillarse ante la fuerza y la belleza de las imágenes, regocijarse frente a esas rumias de largo aliento, condensadoras de finura e ingenio. El esmero por dejar en claro la singularidad de esta poeta, y su autenticidad creadora. Hugo no puede estar más de acuerdo con Hegel cuando afirma: que el contenido de la poesía lírica es el propio poeta, de ahí que concluya, que la clave del elegante estilo de Lídice radica en el sencillo encanto de su existencia. Acaso este libro sea un intento por preservar el asombro, el estremecimiento o temblor del autor ante esa sensación de ámbito fresco, de vida agregada a la vida, que desborda el universo poético de Lídice. La manera como transforma la naturaleza en paisaje, y pasa la exuberante belleza por la sensibilidad para dotarla de fuerza, de ánimo y subjetivarla. Sin bien lo escrito recoge su mirada personal y a veces sugestiva o especulativa, lo más notable es como nos sumerge en el hecho artístico sin más pretensiones que hallar una comunión espiritual con la poeta. Nos hace partícipes de su deslumbramiento, y es que no puede ser menos ante la suma de tantos versos majestuosos: Yo sé que la poesía lleva el rostro de todos los idiomas que en el último día del mundo caerá como un árbol. Yo sé que es tan eterna como la muerte sin reposo en el viento de las voces… porque Todo es volátil, menos la poesía, que destapa todos los truenos…

Escribir de un poeta, escribir con esa sinceridad, con ese aplomo para ir con pulso medido hasta lo verdaderamente esencial. Abrir una ventana para que nos asomemos y descubramos tanta poesía virgen latiendo, la belleza que es un gozo para siempre en el decir de Keast y que nunca pasará.  

Conocedora del silencio de la/ almendra caída, y la estación/ precisa para podar la/ ternura, recoger/ el copo de nieve, y el sabor/ verde del sauce flotando en el/ silbido de vientos lejanos…La que pone un arcoíris en el caos. La que tiene el verso para medir el significado cuantitativo del amor, la sed en el sueño de la esperanza. Mientras ruega: Oh, esperanza suaviza esos filos del horizonte, lo que vislumbra mi pupila sin ensuciar el verbo. Amor y esperanza como lo mejor que pudiera juntarse: El amor que abraza la aurora siempre roja de la poesía, la esperanza que sirve para resistir. Está claro entonces que a la poesía le importa la vida, que bebe y se nutre de ella, por eso siempre estará presente la aspiración del ser humano a vivir un tiempo mejor. El que escribe, -diría Faulkner-: tiene la oportunidad de esperar algo tan perfecto como lo que ha soñado.

La voz de la belleza habla con calma y solo penetra las almas más despiertas -decía Nietzsche-, y así habla al alma de este grandísimo escritor, -que también es poeta-, la fuerza y el magnetismo de esa poesía que va del instante hasta la realidad definitiva, del detalle hasta lo verdaderamente trascendente. La poesía es auténtica si puede engendrar en nosotros un mundo o un modo de existencia puramente armónico. Afirmó Valery, y es precisamente lo que logra este acercamiento, un mundo o un modo de existencia, una armonía, un diálogo con el ser para la poesía que es Lídice Megla.

La Poesía es para ser más feliz, misteriosamente. -asegura Joan Margarit-, La poesía imparte conocimiento y consuelo. Es nuestra última casa de la misericordia. Uno entra con un problema en un poema…y sale de él menos desgraciado. Entras con algún desorden y sales algo más ordenado.  Algo así ocurre cuando terminamos de leer este libro, sentimos una especie de felicidad, una suerte de embeleso dichoso, una presencia que rebasa singularmente el lenguaje y la palabra escrita.  Mientras vamos con los ojos abiertos,  con los ojos del espíritu escuchando como van desbordados los címbalos de la ternura, la oscuridad con su sonido de gigantesca placenta cayendo de un tirón, la sombra-cruz de la golondrina pintar en la piedra lo inabarcable. La mano que viene del reino de lo minúsculo, mano-flor que se deshoja al florecer. La flor que es otra forma de mujer, flor sí, pero Flor del trigal, una gavilla que espera que el viento de la poesía pase y le susurre cosas, algo como el amor o como lo indescifrable de la vida.  

Odalys Interián


Conozco la poesía de Lídice Megla, le he editado y publicado dos de sus últimos libros, sin embargo, frecuentarla, desde la lectura de José Hugo Fernández, ha sido sin duda una experiencia única y deslumbrante. 






Odalys Interián Guerra (La Habana, 1968), poeta, y narradora cubana residente en Miami, dirige la editorial Dos Islas. Tiene publicado los libros: Respiro invariable, Salmo y Blues, Sin que te brille Dios, Esta palabra mía que tú ordenas, Atráeme contigo, Acercamiento a la poesía, Nos va a nombrar ahora la Nostalgia, Donde pondrá la muerte su mirada, Te mueres, se mueren, nos morimos, Aunque la higuera no florezca, esta es la oscuridad, Un gorjeo de piedra para el pájaro ciego. Su obra poética y narrativa ha aparecido en revistas y antologías de varios países. Premiada en el prestigioso Concurso Internacional Facundo Cabral 2013 y en el certamen Hacer Arte con las Palabras 2017. Primera mención en el I Certamen Internacional de Poesía “Luis Alberto Ambroggio” 2017 y tercera mención en el mismo concurso de 2018. Fue merecedora del segundo premio de cuento de La Nota Latina 2016. Premio Internacional ‘Francisco de Aldana’ de Poesía en Lengua Castellana (Italia) 2018. Premio en el concurso Dulce María Loynaz, (Miami 2018), en la categoría Exilio. 


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