SIETE POEMAS EN HOMENAJE A EUNICE ODIO. POR LA CUBANA ODALYS INTERIÁN. XXII ENCUENTRO DE POETAS IBEROAMERICANOS

 






que no me llamen,

porque estoy bajando al fondo de mi pequeñez,

a la raíz complacida de mi sombra

                                                                                                                         Eunice Odio

 

 

 

Que no me llamen

la muerte está en su muerte.

La luz no es más que una profundidad

llena de vigilia y barro

un pozo de agua amarga

donde crezco /semilla.

 

Que me lleve la luz en su locura.

Que me lleven los odios

el frío eco de esas voces en su forzosa caravana.

 

 Aquí empieza mi soledad

en este pórtico   /en este aislamiento.

Que no me llamen

estoy como las rosas desordenando el aire

bajo el escombro silencioso de la luz

en la viviente soledad

rozada por el agua

en su última alabanza.

 

Atrás quedan los golpes

los fingimientos

la lujuria sellada de la vida.

 

 

 

 

 

                                                                     ¿A dónde vamos, compañero, sin nada al sol?

 Vamos a la sagrada forma que no duerme jamás;

al atareado aroma solitario, a la sangre…

Eunice Odio

 

 

 

He entendido el fatal destino de esas luces

el sufrimiento solemne

las duras líneas que penetran

más allá de las vísceras.

 

Este verano

esta drupa es la lucidez de un niño

este consorcio /otra prolongación

el comienzo narrado

donde el hombre viste las palabras

donde la estación es viento

y planta milagros atroces.

 

Ahora que todo es temblor

un temblor espigado sobre los vértigos.

Ahora que la ciudad reza en el bullicio

y el miedo late en las palabras.

A dónde vamos compañero

La soledad es la única certeza

y nos desampara.

 

La soledad sería esta ceguera que exhibimos

la ingravidez 

los desmayos amontonados

los candores de la vieja vigilia

regando el lado absurdo de la muerte.

 

 

 

 

 

 sola entre mi voz entera,

con una carga de ángeles menudos

Eunice Odio

 

 

 

 

 

Vida respírame

acomoda el rastro en cada cicatriz

la falsa luz en su leprosa semilla.

 

Vísteme de deseo

que vaya a viciar la penumbra

el gesto sucio de demencia

la triste hora en su insípido silencio. |

 

Que la luz venga a incluirme

que me abrace

que libe mi ceniza y mi esperanza.

Que libe mi temblor

 

que me vuelva promesa

que agite esa serpiente sobre mí

que me canto en las luces tranquilas del atardecer.

 

 

 

Ahora la verdad nos espantará

toda esa mímica de la vida

arrinconando el sol.

 

Aquí están los púrpuras sosegados

los páramos en su incendio

esa verticalidad en su adorno de luz muerta.

 

La rosa en su marchita niebla de recordaciones.

 

 

 

 

 

Pero puedo abrirme como una flor

y saltar desde los ojos para verme

Eunice Odio

 

 

 

Vístete de realeza cuerpo del alba.

 

Qué flor /tu flor

en su barbarie íntima

abierta al sol

a esos soles que siguen

espigándose.

 

Tus ojos fijos en la belleza

en el poema

en esos días que son de Dios

y bajan como un torrente

a escribir el círculo de naufragios.

 

El tiempo es otra irrealidad

un pájaro

un temblor que sabe de la muerte.

Pero tú duermes el sueño sin lápida

ni epitafio

que sigue prolongándose

al fondo de un cielo inaplazable.

 

 

 

 

 

contra un perfil de rosa,

en el rincón más quieto de mis párpados

Eunice Odio

 

 

 

 

 

Sigo en la hondura

en la huella luminosa y tiernísima del agua

prodigando

esa mortaja en su costra sensual

engullendo la muerte

en su floración

un atisbo de palabras únicas

que resplandecen bajo los rezos

y las migajas del verano.

 

 

Corza cruzando el féretro rencilloso de la luz.

Sigo incomplacida en la serenidad

en el congelante espacio de los ecos deformes.

 

Estas /las pasiones que escojo:

la ebriedad denuda del silencio

la poesía escrita con latidos.

La noche en su pequeña memoria

de abismos perdurables

donde se hunden las rosas

un espejismo

el despierto sonido de Dios.

 

 

 

 

 

aires de nacimiento me convocan,

 ¡ah, feliz muchedumbre de huesos en reposo!

Eunice Odio

 

 

 

No estoy sola

la muerte canta en mí

una salutación.

 

Está la luz en sus migajas

los mercenarios cánticos.

 

Déjenme en este aire perfecto

en el diluvio amalgamado del crepúsculo

siguiente.

 

Déjenme agonizar

hasta la última esperanza.

 

No quiero cruces

ni un lugar de descanso.

Que no se detengan mis palabras

que mis cenizas rueden en el polvo

que sigan siendo torrente

melodías que sostengan

todas las claridades.

 

Que la sal transfigurada de mi voz entera

siembre un nuevo lenguaje

que siga deshilando la oscuridad

el larguísimo aposento de la sombra.

 

 

 

 

 

Al borde estoy de herirme y escucharme

Ahora que me lleno de retoños y párpados tranquilos.

                                                                                                                                 Eunice Odio

 

 

 

También me vi

el tramo de memoria vacía

la vigilia atroz.

 

Ahora que responde la piedad

que me veo la albura de párpados y noches

en sus múltiples retoños.

 

Ahora que entendí la plenitud

que mueve los silencios.

Que gime en su infortunio de espejos

el último secreto de la sangre.

 

Estoy apacentando las hogueras de la noche

un mar sin forma.

La soledad en su bestial consorcio

de incorduras.

 

El corazón en su espiga de niebla

crece como la tarde en las sombras reunidas.

Vigilo que no regrese esa lluvia de ceniza

la oscuridad en su tromba de catástrofes.

 

 



 


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