Entre la ausencia y la escritura. Odalys Interián.
Entre la ausencia y
la escritura
En
el arte el único realismo es el de la imaginación.
WILLIAM
CARLOS WILLIAM
Aleida vive la poesía como algo inevitable. En su nuevo
libro: Entre mundos sin nombres, revela un cauce profundo de
sentimientos cálidos, versa con la misma simplicidad y emoción sobre el paso
del tiempo, las nostalgias que permanecen, los cambios angustiantes que
la llenan de temor. El tiempo siempre, indetenible, insoslayable, irreverente.
La poeta solo cuenta con el pasado, y con esos mundos cotidianos que ella misma
edifica,
día a día, frente al desconcierto y la ausencia, frente a la muerte y la
desesperanza. Apreciamos esa capacidad de sugerencia que adquieren las palabras
“comunes”, el lenguaje introspectivo de la poesía que ahonda en el ser.
Descubrimos cierta familiaridad con sus circunstancias, gracias a la
naturalidad con que describe y alude a los hechos que la rodean. Aleida, nos
deja entrever su mundo inmediato, se nos presenta, como si participáramos de
una conversación íntima, improvisada: soy el poema, no lo comprendes. /Desde
la distancia soy el poema. Soy el poema sin sonido alguno. /Solo el silencio
apaga cada latido y sus estrofas declinan en rimas intocables… Como si la
poesía estuviese devolviendo una imagen de ella, y la volviera inteligible,
como si nos dijera, soy lo que lees, o como para dejar establecida una verdad
innegable: Vida y poesía se corresponden, son una misma cosa. Poesía sincera, sin artificios, un diálogo que
va impregnado de lucidez y una serenidad extrema, donde no faltará la
certidumbre de la muerte, el pálpito de la herida, y donde se entremezclan
dolor, ternura, inconformismo, determinadas realidades que quieren mostrarnos
su instante de eternidad.
En
lo puramente estético,
la lírica de Lliraldi se caracteriza por lo directo, por su claridad, es fácil
apropiarse de ella y apreciarla, no la atraen la poesía altisonante,
grandilocuente, cargada de metáforas ni experimentos vanguardistas (de
carácter formal o estilístico).
Su poesía pone especial atención al ritmo, y es de resaltar la elocuencia de la
simplicidad y un afán descriptivista, que encontramos en poetas como Idea
Vilariño. También, como en la poeta uruguaya, se perfila en toda su obra un
sentido de urgencia, un amargo pesimismo, el sentimiento de pérdida, y la
soledad que es otra forma de la muerte. La poesía sirve para crear otra
memoria, aunque no se libere del dolor, pero siempre nos regresa a nosotros
mismos. Aleida lo sabe, por eso escribe, sabe que la escritura
es lo mejor que tenemos contra la indefensión y el olvido.
Soy anoréxica en la poesía,
las palabras me bailan, se
pegan a mis huesos.
Escribo con hambre y luego
vomito ese infinito
como si masticara mi propia
soledad.
Avanzan
los versos como Líneas paralelas sobre una misma ruta. Versos que poseen la fuerza de lo vivido. Ella,
una mujer absurda, que /en continua vigilia, demoniza quimeras, sola
frente al silencio, frente al vacío que la aterra tanto como la soledad, y frente
a la vida real. Escribe, como si decir bastara, como si el amor y la memoria
bastaran:
El mundo no es ahora lo que será después,
estoy lúcida, y me aterra, una mirada palpa
todas las sinrazones de alegrías borradas,
de esperanzas inútiles, ausencias sin retorno.
Estoy despierta, despierta, en larga pesadilla.
La
escritura de Llirialdi no tiene pretensiones filosóficas, la poeta busca
reedificar lo real desde su experiencia incontaminada, desnuda de toda erudición. En este libro,
el mundo de la imaginación adquiere preeminencia dentro del ambiente cotidiano,
el apego carnal a lo inmediato, el suceder, los sitios, la costumbre, la vida
familiar, los recuerdos, los signos de esa convivencia, que van conformando una
obra de inusitada coherencia. La realidad con toda su carga provocativa, y su
nada profundísima, el yo integrándose: Yo quiero ser verano y morirme de
sol, el yo que quiere alcanzar las claridades eternas, y el lugar de todas las
revelaciones. Se crea un universo
sustentado en vivencias de la más absoluta intimidad, que recoge el testimonio
de esa cruenta batalla entre la conciencia y la posibilidad, entre el presente
incierto y la esperanza. Quiero abrir esa puerta /donde bailan fantasmas,
nos dice y esa puerta es la de la poesía, o la de la imaginación, o el lugar
donde las dos forman un todo armónico. Ella, entre mundos sin nombres, que son
también los mundos de la imaginación, mundos fluidos e inclusivos, que jamás se
juntan, que no se atreve a nombrar.
La
poesía no siempre busca la verdad en la belleza. El vacío está por todas
partes, la indiferencia y el desamor, la poesía no escapa a tanta decadencia,
en ocasiones es imagen y proyección de ese universo de caos y de inestabilidad.
Aleida,
en conformidad, nos presenta un mundo nada acorde con su deseo de
trascendencia. Ni siquiera Artaud presintió el absurdo /como lo hice yo...
-nos dice-, hoy mi vida es mutismo, es ausencia de tonos, la música de
entonces ha quedado desnuda. El verdor del paisaje en donde ahora vivo no /me
regala vientos sino extrañas fisuras por /las que se perfilan un sinfín de
rumores, esas /pausas distantes de muertos sin sepulcros. Muertos que van tironeando a la poesía en su
habitual destino. Aleida piensa en la
vida, y piensa con igual intensidad en la muerte. Su poesía está marcada por un
nihilismo que no puede disimular, piensa en los muertos próximos que han
perdido sus voces huyendo del silencio, en los muertos amados: en
Virginia, Alejandra, Ernest, Vincent, Alfonsina, Salgari, Quiroga, Sylvia,
Violeta, Zweig, Celan, Arenas, Rosales y otros miles de ausentes, cadáveres
fecundos de quien no conocemos el minuto que antecede al momento
subliminal… Un pájaro se suicida en mi
propia garganta… nos dice, y es escritura de la angustia, escritura de la
imposibilidad: me sentí domesticada.
Pensé en Virginia y quise llenar /de piedras mis bolsillos o encender /el horno
como Sylvia para acomodar/mi cabeza en él… pero que nadie se engañe, la poesía
siempre será una protesta contra la muerte, al menos Aleida debe entenderlo
así, en el libro la vemos pasar de la resignación a la rebeldía, del
conformismo a la total certeza. En el poema “Culto de imaginar”, que dedica a
Idea Vilariño ruega: No mueras con la muerte… No mueras con la muerte, no le
/permitas nunca saber todo de ti… y en otro poema, homenaje a Lilliam Moro,
dice en sus versos finales: Las
poetas eternas permanecen insomnes… porque atrapan el tiempo, /ese enemigo
humano cuya magia aniquilan. Las poetas poetas se quedan para siempre, dueñas
de un sortilegio. Ellas mueren de vida. Y le creemos, la poesía tiene ese
poder, escuchamos el viejo candor de su verdad y esas vigilias redentoras que
nos acercan a ese universo de los sueños con su irrealidad verdadera. Porque Aleida es, (como diría el poeta Roque
Dalton) de los que luchan por la vida, el amor, las cosas, el paisaje y el
pan, la poesía de todos. Y aunque este libro logre expresar lo terrible del
drama humano, y aunque se convierta en testimonio del sufrimiento, podemos
encontrar en sus páginas siempre una exhortación a la esperanza, como en este
fragmento del poema que finaliza este acercamiento: Cuando parece que el
mundo va a morir /cuando parece que lo han encarcelado /cuando se hunde en
barrotes de silencio /y derrumba hasta el amanecer. /Cuando escuchamos apagarse
los cantos y un tímpano de fuego perfila las palabras, / desnuda los
cartílagos, y oscurece el amor. /Cuando pensamos que Dios se fue a otro a otra parte, despiertan las campanas, reverdece el
perdón que necesitamos…
Con
la lectura de este libro estamos convidados a una extraña fiesta, porque
esa es la virtud de la poesía, porque la felicidad que pone en nuestros
corazones es real, es un fuego que arde, una llama que no puede extinguirse. Estoy
segura, que el lector agradecerá a la Editorial Dos Islas, el encuentro con
esta poeta que enriquece y se integra, sin lugar a duda, a esa mixtura de voces
que conforman la poesía femenina cubana de estos tiempos.
Comentarios
Publicar un comentario