En un montón de perros apagados. Odalys Interián
En un montón de perros apagados
Buscar al que alucina y se agota en tanta infinitud y
desborde, el que unge el nuevo canto para que despertemos en la primera mañana
del mundo. El que nos acompañará en la marcha hacia el progreso y hacia la
reconciliación con las palabras. Y lo seguimos en esa multitud, entre la muerte
y la ausencia, entre el recuerdo y el deseo. Porque la muerte llega y el deseo también
llega, insondable como la luz, a saturar nuestra amargura, a completar lo terrible
del vértigo y la espera.
Porque todo es ausencia, un develamiento de la soledad
en su ruido. Entonces nos salvará la búsqueda, encontrar al otro, ese que
persigue entre las sombras las delicadas criaturas del aire, los pájaros que
pueden ser rocas blancas con ayuda de la luna, pero que son siempre
muchachos heridos… Y no es el pájaro el que expresa la turbia fiebre de
la laguna, ni el ansia de asesinato que nos oprime cada momento, ni el metálico
rumor del suicidio que nos acompaña cada mañana. Es una cápsula
de aire donde nos duele todo el mundo; porque si de un lado está la
eternidad, lo abierto, el verde renovado y místico de la luz, la nitidez
gloriosa de los ángeles ascendiendo, lo crepuscular llenándose de pájaros en
sus vuelos alegres; del otro lado está la nostalgia más cercana al abismo. El
rojo y negro infinito de las fábulas que trizan el corazón, ese otro horizonte
donde tiene lugar el recogimiento de lo infernal y el desarreglo del hombre en
su espeluznante herida.
¡Qué serafín de llamas busco!… ¡que flecha aguda
exprime de la rosa su palabra! Habrá que seguirlo ceremonial en el vivaz
reflejo de la luna, la luna sin establo donde crepitan los insectos solos, la
luna que es un guante de humo, que incendia los cañaverales y deja un
rastro vivo. Buscarlo en el bullicio de las ciudades que no
duermen, bajo los puentes donde se sientan los mendigos, en los velorios, en el
llanto que sube de la herida y de la ausencia más atroz. Buscarlo en los
gemidos de todas las parturientas, en lo que no nace y se desangra como un sol
en su propio celaje, los que mueren de parto y saben que, en la última hora, todo rumor será piedra y toda huella latido.
Habrá que buscarlo en el aire, en su cacería, bajo el
inocente color de la pólvora y los crepúsculos, en la rima dolorosa de la nieve
que viaja dentro de la brasa, en los sitios de todos los gitanos, en el cante jondo
y la danza. Buscarlo en las bodas con prisa porque no hay quien reparta el pan
y el vino. Seguirlo por los andamios de los arrabales y por las graderías. Tras
las largas caravanas que se pierden en el punzón oscuro de las aguas. Tras las neblinas sonoras de los cementerios,
en la estremecida violeta sangrante de la noche final. Por las plazas por
donde se pierde, el espacio vivo de ese loco unisón de la luz, que bulle en
el desembarcadero de la sangre. Plaza de cielo extraño, donde los peces
agonizan dentro de los troncos, y se hunde esa frente donde los sueños gimen,
sin tener agua curva ni cipreses helados, y los musgos y la hierba abren
con dedos seguros la flor de su calavera.
Buscar hasta encontrar al niño, al niño y su agonía,
con la ciudad dormida en la garganta y dos verdes lluvias enlazadas. Al niño que se pierde en la noche sin canto
de los peces y en la maleza blanca del humo congelado. Habrá que perseguirlo
hasta la sangre. La sangre que pasa por paisajes hidráulicos, que va desde
las máquinas hasta las cataratas, y del espíritu hasta la lengua de la cobra.
Buscarlo en sus lunas gloriosas, entre hierros y duendes, tras el agua abismada
de todos los silencios. Allí donde se pierde el amor, el amor que está en las
carnes desgarradas por la sed, en la choza diminuta que lucha contra la inundación.
En los fosos donde las sierpes del hambre dejan su oscurísimo beso
punzante debajo de las almohadas.
Habrá que perseguirlo dentro de todas las blancuras y
los silencios, en los herbazales nocturnos, entre los minerales lluviosos de
todas las soledades. Vigilar con él, los interminables trenes que pasan bajo
los escombros de todas las estaciones. El triste mar que mece los cadáveres
de las gaviotas, y esos barcos que buscan ser mirados para poder hundirse
tranquilamente. Sitios abandonados donde solo encuentro: marineros echados sobre las barandillas y las pequeñas
criaturas del cielo enterradas bajo la nieve, paisajes llenos de
sepulcros que producen fresquísimas manzanas, para que venga la
luz desmedida y venga también, un silencio que no tenga, trajes rotos y
cáscaras y llanto.
Habrá que juntar los puñales, el temblor de los verdes
girasoles, las noches en su verbena sagrada, para encontrarlo infeliz y
diminuto, incólume, ensimismado en la rima gloriosa, en el desorden del verso
que crece sonoro, rítmico. Vedlo inalcanzable y nuestro en cada línea, puro y
nuestro, salvado en esa libertad que es el recuerdo. Habrá que buscar para
encontrarlo en ese único espacio, donde late la vida, seguirle hasta perdernos
con él, en la quemadura que mantiene viva todas las cosas. Seguirlo hasta
derribar el muro que nos separa de los muertos.
Odalys Interián
Odalys Interián Guerra (La Habana, 1968), poeta, y narradora cubana residente en Miami, dirige la editorial Dos Islas. Entre sus publicaciones están los poemarios: Respiro invariable (La Habana, 2008), Salmo y Blues (Miami, 2017), Sin que te brille Dios (Miami, 2017), Esta palabra mía que tú ordenas (Miami, 2017), y Atráeme contigo, en colaboración con el poeta mexicano Germán Rizo (Oregón, 2017). Acercamiento a la poesía (Miami, 2018). Ha publicado, además: Nos va a nombrar ahora la Nostalgia. Donde pondrá la muerte su mirada, Te mueres, se mueren, nos morimos. Su obra poética y narrativa ha aparecido en revistas y antologías de varios países. Premiada en el prestigioso Concurso Internacional Facundo Cabral 2013 y en el certamen Hacer Arte con las Palabras 2017. Primera mención en el I Certamen Internacional de Poesía “Luis Alberto Ambroggio” 2017 y tercera mención en el mismo concurso de 2018. Fue merecedora del segundo premio de cuento de La Nota Latina 2016. Premio Internacional ‘Francisco de Aldana’ de Poesía en Lengua Castellana (Italia) 2018. Premio en el concurso Dulce María Loynaz, 2018, en la categoría Exilio. Finalista en los concursos: Pilar Fernández Labrador, y en el Premio Rey David de Poesía Bíblica Iberoamericana (2019).
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