SINSONTE CRIOLLO EN NANAIMO. Por José Hugo Fernández.
SINSONTE CRIOLLO EN NANAIMO
Ese
poder transfigurador de la imaginación mediante el que Lídice Megla extrae
poesía de las cosas más fútiles, es prueba de una gracia providencial. También
conforma un perfil que delata sus raíces. Patrimonio del gran pájaro cantor de
los campos de Cuba, cuyos trinos sintetizan la expresión de un arte que su
madre aportó al citoplasma. Pues ya sabemos que es en la hembra donde se
origina la virtuosa polifonía del sinsonte macho.
Es
fácil comprender por qué con ningún otro de sus variados registros, Lídice
demuestra sentirse tan a sus anchas como con aquel que emplea para dar
respuesta al convite de la naturaleza. Antes y aun por encima del afortunado
tirón inspirativo sobre el que habló Rimbaud hay una fuerza telúrica que le
impone adentrarse en los misterios de la poesía no ya por conducto de los
grandes motivos al uso, ni del espesor filosófico, sino a través de las tenues
plegaduras del paisaje: “entre las manadas infra rojas del calor/ entre el
plumaje de la clorofila,/ con los peces tibios sin grieta sobre su lomo/
respirando el día…”
Con
tropos tersos como la piel de un caimito, la poeta nos revela su herencia
entroncada en la guardarraya, el rumor de la corriente del río y el mínimo
gorjeo de los tomeguines. Que tales atributos apenas representen ya vestigios
de algún edén abandonado no obstaculiza que sigan acompañándole en largo
periplo de evasión y desarraigo. Nunca es tan blanca la blancura perdida como
en el recuerdo, diría William Carlos Williams. En tanto Lídice evoca: “la
abuela con su bregar/aroma de tibia leche/del pecho que permanece/en lo que no
existe ya…”. Los días de la infancia en predios rurales de Camajuaní burbujean
entre las cataratas de Englishman River y el lapislázuli que va trazando las
líneas del horizonte en Nanaimo. Felizmente, en ámbitos de la poesía, el tiempo
como imagen móvil de la eternidad no es sino especulación, otra, y la distancia
es cálculo frío “Prisioneros del agua, los patos miran su silueta flotar/en el
color del cielo…”.
Escanciando
en el poema las minucias del entorno (en el detalle radica la sabiduría, apuntó
su admirado William Blake), Lídice parece buscar –y encuentra- una simbiosis
perfecta: poesía-memoria-instinto sublimado. La limpidez del verso, su
concisión y luminosidad hacen el resto. Desde luego que estas recreaciones no
se quedan, no podrían quedarse en lo material inmediato. Igual que sus
encuadres no son unidireccionales. Discurren entre el exterior y su interior en
ida y vuelta, transparentándolo todo a su paso, aun cuando a veces la claridad
desvele los ángulos más oscuros: “Sinuosos espectros le cuelgan al
día/Enjambres de ventanas custodiadas/por tarjetas sin más crédito/para
sostener la fabulación de existir”. Se trata de la dosis de acritud justa para
acentuar el contraste con una dulzura que es fundamento en sus versos, y
sospecho que también en cada una de sus proyecciones humanas.
Esas
lanzas que, según ella, aguijonean ocasionalmente sus poemas, no son sino
desgarramientos del espíritu. Entonces no deben representar más que una mínima
porción del todo. La porción más adolorida, aunque no por ello menos elocuente
e inspirada: “Cuando la única bestia que me posee/es la soledad/edifico el
fiero aullido del silencio”
Al
establecer los emblemas que representan al pájaro solitario, san Juan de la
Cruz debió esbozar también de algún modo los senderos por los que Lídice Megla
iba a orientar siglos después el vuelo que la llevaría desde Camajuaní hasta
Nanaimo. Un recorrido liberador sin duda, pero a través del cual debió ir
regando en el camino las migas que no le permitieran perder de vista sus
orígenes. El pájaro solitario –dispuso aquel santo poeta- pondrá el pico en la
tierra para cantar suavemente mientras asciende a lo más alto.
Jose Hugo Fernandez
Miami, agosto de 2020.
El
escritor habanero José Hugo Fernández ha publicado una veintena de libros,
entre ellos, las novelas “Los jinetes fantasmas”, “Parábola de Belén con los
Pastores”, “Las mariposas no aletean los sábados”, “Mujer con rosa en el pubis”
o “El tigre negro”; los libros de cuentos “La isla de los mirlos negros”, “Yo
que fui tranvía del deseo”, “Hombre recostado a una victrola”, o “Nanas para
dormir a los bobos”. Los libros de ensayos y crónicas “Siluetas contra el muro”
y “Entre Cantinflas y Buster Keaton” Recientemente ha publicado el libro de
relatos: MUERTO VIVO EN SILKEBORG… Reside actualmente en Miami.
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