PREPARATIVOS DE LLUVIA. ABEL GERMAN
(Fragmentos)
...
Al final las imágenes se tuercen. ¡Son tantos
ya los muertos! Quiero decir, los olvidados.
Los tachados en aspas. Pero
procuro suponer que aún (en este instante que
ya sopla en contra)
no ha ocurrido. Lo procuro.
Y al final parece, sí, que una vez más se
prepara el teatro.
Hay una pausa y
solo se escuchan, a oscuras, los pasos de
quienes cambian el atrezo.
Esa especie de revelación-trampa
con que todo comienza.
Y se levanta el telón. Y se enciende un foco.
Y un reloj
apunta como un arma. Así de simple:
Sube el telón, se enciende un foco, un reloj
apunta y…
cada cosa ocupa su nuevo lugar. Sin fisuras
(¡Oh, gran milagro!),
sin fisuras.
La obra continúa, aunque
de otro modo.
•••
Y al igual que entonces irrumpe el violador.
Sin embargo, tarda —viene haciéndolo desde
entonces—.
Nota bene: Su máscara es de palabras.
Y empujo la puerta y no cede. Me refiero a la
puerta. Y cuando
por fin lo hace, cuando cede,
el camino vuelve a estar ahí; y las hojas; y
el silencio; todo:
Las moscas siguiendo el rastro hasta el sueño;
el sueño regresando por ese rastro a sí mismo;
la joven ahogada
que, sonriendo, queda atrás, como un espectro;
ese
espectro moviéndose entre panzas punzantes de
lobos,
pájaros
abatidos
y
faldas de mujeres que se abren
a
la lluvia.
Camino
sobre las hojas secas, escucho esa amenaza de mí a mí mismo
y
me sorprendo.
Al final doy de cara contra el ser tachado en
aspas que soy; contra
las manchas y los pobres techos-ballenas
desarbolados; y, incluso, contra
ese muro de respuestas ajenas que, ladrillo a
ladrillo (palabra a palabra),
cierra el paso.
•••
Así que continúo enterrado hasta el alma en el
verano. Y, para empezar, despierto del sueño
de la muralla china, esa fe con que se
llenaron tantas
fosas comunes.
Y dejo caer la bandera, los puntales
ceden como huesos carcomidos que la tierra ha
devuelto,
¡oh resaca que un siglo pasa al otro como el
testigo en una carrera de relevo
sin relevos! Y hago el mimo. Estoy frente al
paredón mientras el pelotón
me apunta sin mirar y soy un jodido mimo, por
ejemplo,
esa mujer-estatua que se sienta en plena Gran
Vía de
Valencia vestida de novia, pero en pelotas
(yo, no esa mujer-estatua) frente
al paredón, al tiempo que alguien revuelve el
vómito con un hueso.
Eso (revolver el vómito con un hueso)
es una especie de shahāda o profesión de fe en
la que Alá
se traviste.
Su imagen se trazó heréticamente en una
barricada
de cadáveres.
Por eso este servidor mira cómo se forman las
neblinas; ve con sorna de qué pata cojea
el escalofrío y escucha cuál es la pregunta
con la que el viandante se responde
cuando cree haber llegado al siglo en que
estamos
solo porque ve esa señal y, efectivamente,
cree que es una señal.
Y no me doy vuelta. Sigo obstinado en la
caverna, me asomo a los agujeros y
contemplo las luces que pasan en lo alto y
arañan el abismo.
Dejo simplemente que la verdad continúe
mintiéndome a la cara —compulsivamente—
mientras el anillo se ciñe, las puertas se
cierran
y los sables suenan sobre esta ciudad que exhibe,
como un distintivo de cirugía estética,
la cicatriz de un río amputado.
Y no tiemblo.
•••
Y hablando de amputaciones: la desaparición
del cielo es una de las más
graves. Las ciudades lo borran y allá arriba
queda solo esa pulpa de naranja que parece tan desolada
como un techo de aeropuerto que no funciona.
Es pues el corpus
delicti que nadie tendrá en cuenta.
Abajo hierve la masa, se forman globitos de
vacío, silencios
que no dejan oír, y humo que flota
hasta alcanzar esa densidad biliosa que parece
mierda.
¿Qué se prepara allí? ¿Sobre qué nos avisan
esa expectación que produce torceduras,
esa rigidez de máscara mortuoria, esa piel
turbia de momia?
¿En qué consiste concretamente la amenaza?
Las respuestas son axiomáticas. Tienen cara de
Testigos de Jehová que
tocan en tu puerta.
En lugar del cielo está pues eso.
Ese hueco.
•••
Pero continúan los preparativos.
De los setos de ítamo real
gotea miel; exactamente una gota cristalina;
parece una lágrima dulce que brota
de la cabeza trepanada de un pajarito rojo.
Aquel sueño dejaba en el aire
un olor a hierba cortada que ya entonces tenía
aspecto de muro infranqueable,
de altar roto, de olvido que se resiste
al filo de esto, pero recóndito; un olor que
recupero una vida después
en el Paseo del Turia
(con los ojos húmedos, sin entusiasmo,
quitándome la ropa
hasta quedar en los huesos de todo), como debe
recordarse,
y se recuerda, el fin del mundo.
Y recuerdo que al final por la puertecita del
seto se entraba y se salía se entraba y se salía
se entraba y se salía… y se salía. Y solo se
salía. Ya no se podía regresar.
No se pudo más.
Y si ahora sí, pienso, si de pronto ocurriese
ese milagro,
¿quiénes seríamos en realidad?, ¿con quiénes
nos encontraríamos?,
¿qué nos diríamos?
(El Paseo del Turia hace una pausa.)
Encima de sus vestigios (de los vestigios del
seto, digo),
flota ese hueco: un misil o un terrorista
suicida o
una cabeza trepanada.
Flotan los huecos del cielo y del río
amputados.
Flotan los muñones, las cuencas vacías de
ojos,
los balazos.
Y los pequeños pájaros rojos que, pese a todo,
sangran.
No dejan de sangrar. Esa respuesta.
•••
Y al final esa flor azul es flor y es azul.
Quiero decir, que no se trata de papel
ni de plástico ni de sueño, es una flor azul
empujada levemente por la brisa
junto al lago artificial que, aun siendo
artificial, es un lago
con agua y patos y juncos de verdad. Las
gotitas auténticas brillan en sus pétalos
auténticos con el sol real de una primavera
que se adelanta.
Comprenderás entonces que la primavera aún no
es real, o sea, no es primavera, pero
a estos efectos ya ha sido rebasada la tópica
crueldad de abril
y esa lengua que lame el sudor frío de los moribundos
por fin se oculta ¡gulp! y, como suele
decirse, calla para siempre.
Está sola (hablo todavía de la flor), está
sola en el prado del parque
que,
ahora (traspasado el umbral de la geometría y de los cálculos,
traspasado el seto de ítamo real hacia dentro,
traspasado el tiempo
como si fuera algo traspasable
—digamos un puente—), es un prado de verdad
en un parque de verdad, con todo tan verdadero
como la flor y su color azul
movidos por la brisa del agua y los patos,
ahí,
verdaderos como agua y patos y flor que nadie
sueña como es debido.
ABEL
GERMAN (Cuba, 1951). Ha escrito poemas, artículos de opinión y recensiones de
libros. Los artículos y las recensiones han aparecido en diferentes medios,
sobre todo digitales. Ha publicado dos poemarios y dos plaquetes: "El día
siguiente de mi infancia", “El silencio que dicen", Cubo de
Rucbick" y "Curiosidades", en ese orden. Todos —excepto “El
silencio que dicen”, Editorial Primigenios, Miami, 2020—, fueron publicados en
Cuba durante los años ochenta y principios de los noventa. También hay poemas
suyos en dos antologías de poesía cubana: "Cuba: en su lugar la
poesía" y "Usted es la culpable", aparecidas, la primera en
México y la segunda en Cuba. Vive en España.
Comentarios
Publicar un comentario