MUERTO VIVO EN SILKEBORG. CÚMULOS DEL CLAROSCURO. EL SEÑOR DE LOS ALTOS.

 



CÚMULOS DEL CLAROSCURO

 

El señor de rostro lívido tratando de leer a contraluz con un monóculo sobre cada ojo. La niña del lazo verde que se mece con la sombra de su madre en el otro extremo del columpio. Los almácigos despellejándose. La anciana que pincha hojas secas para apilarlas contra el viento. Los pregones ingrávidos, sincrónicos, del vendedor de globos. Es como si la vida quedase atrapada en este leve cuadro. Y yo en medio, esperando el minuto que marca los precarios límites entre el día y la noche. A lo largo de ese minuto, siempre el mismo, pasarán los cúmulos del claroscuro. Así les llaman. Quizás porque apenas pueden distinguirse desde lejos. O por lo grácilmente que se van diluyendo al pasar. Podría fallarme la visión. El sentido de lo proporcional. Pero no estoy muerto. Ni ciego. De modo que si en lugar de cúmulos, lo que veo son mujeres desnudas, extraordinariamente hermosas, será porque justo es eso lo que discurre ante mí. Igual que lo invisible está contenido en lo visible, lo perfecto no tiene por qué ser contra natura.




EL SEÑOR DE LOS ALTOS

 

 A mi madre

1

Saluda al señor de los altos, ha dicho ella. Alzo los ojos. Ningún señor a la vista. ¿No estaría dirigiéndose a mí? O sí. No puedo estar seguro. Tal vez ella le hablaba al que fui. Sobre el que seré. ¿Acaso no quedó ya dispuesto que todo lo que pasa, lo que pasó, lo que va a pasar, pasa para seguir pasando, como la noche tras el día y el día tras la noche?

2

Ella ha sido mi pasión más perdurable. Nunca antes. Ni después. Amé. A nadie. Durante tanto. Tanto soñaba con arrebujar su cuello esbelto y delicado. La timidez. El gris aturdimiento. Su peculiar manera de ser sin estar. Estar. Sin ser. Vivimos separados largos años. Mediante un muy corto tramo. Pero sin que nos fuera posible dar un paso hacia la confluencia. Tendría que interceder la muerte. ¿La suya? ¿La mía? ¿La de ambos? 

 

3

Y es así como llegamos. A la luz de estas mañanas. Única razón. Demostrable. Todo lo que tenemos es un trozo de tiempo. Sin tiempo. Con algo que subyace. La infinitud tal vez.

 

4

Yo bajo. Puntual. Ella dice al niño que le acompaña: saluda al señor de los altos. Busco al señor. Me busco. Inútilmente. Y la miro. Igual que a cierta dama de Chejov. Sin creer demasiado en lo que ven mis ojos. O en lo que no ven. Sospechando que, al amparo de la duda, como bajo las sombras de la noche, cada cual disfruta como puede su propio misterio.    

 













Biografía


El escritor habanero José Hugo Fernández ha publicado una veintena de libros, entre ellos, las novelas “Los jinetes fantasmas”, “Parábola de Belén con los Pastores”, “Las mariposas no aletean los sábados”, “Mujer con rosa en el pubis” o “El tigre negro”; los libros de cuentos “La isla de los mirlos negros”, “Yo que fui tranvía del deseo”, “Hombre recostado a una victrola”, o “Nanas para dormir a los bobos”. Los libros de ensayos y crónicas “Siluetas contra el muro” y “Entre Cantinflas y Buster Keaton”… Reside actualmente en Miami. 

















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