Laúd del remero y otros poemas de Juan C. Mirabal






Brújulas al olvido

                                    mi mirada es ciega como el ala de un pájaro

                                                J. Amada Hernández

 


La mujer habitada por el reencuentro

tiene luz ebria alargada en la memoria,

tiene en espejo de fábula encantado

la perfección escrita en un vitral con piedras acercándose.

Mujer firme tatuada de llaga veloz,

niña que cenó con su madre y la muerte

en anchos jardines que ya no son,

perdida como un pájaro en los herrajes del fuego,

bebiéndose la sombra contra los vientos que persisten,

regresa sin brújulas al olvido,

olvido escrito para el halago con mosaicos del terror,

sin encontrar un camino perdurable

ni la maldad del destierro embellecida.

 

 

 

 


 

Laúd del remero

 

                                                A mi madre

                                                madre que deja por herencia su fe entre los abismos

                                                                                    Agustín Labrada

 

 

 

Mi madre regaló a la muerte sus muñecas

en una soledad de tenedores

y yo bailo.

Estrellas bajo el techo de sus ojos

feudo de reyes ariscos del que zarpan ruiseñores,

y yo bailo.

El ala esclava bosqueja un polen,

la luna amarra al fondo del resplandor un barco,

y yo bailo.

Gotea el mar el patíbulo del auspicio,

el ángel se identifica y humaniza la pena,

camina dentro de mí sus propios pasos

y yo bailo.

En un derroche de sepelios

delineó un pájaro de muchas alas,

maceró puñales para no parir el odio,

dejó estos versos en el aire,

puentes de su alma a mi existencia

y plantó la mañana en las orgías de la fe,

¡POR ESO BAILO!

 

 


 

Primer réquiem

 

 

En aquel tiempo de reyes inocentes

el primero que puso ruedas a la muerte

y deletreó su letra clandestina

con la miel que sangran los espejos,

fue Diamante, mi gato negro.

Lloré su ausencia con todos los muertos

cuando el dolor desoía la ternura del abrazo materno,

sin entender ninguna explicación posible

ni por qué aquel Chevrolet atropelló

al más hermoso y atlético de mis amigos.

 

Llovida la vida inagotable de sucesos

ya enmendados en el tiempo y la calma,

supe del tropel silencioso que hizo mar en el recuerdo de mi amigo,

aquel faraón irreverente de las sombras y la luz tardía

que moja en oro su alfabeto, y supe que la amistad

es también un zoológico de ángeles valientes.

Desde entonces, en toda ternura o desacierto,

la muerte me mira con los ojos de diamante.

 

 

 


 

 

 

Castas

 

                                                Los niños son la esperanza del mundo

                                                                                    José Martí      

 

Los niños en el barrio

desamarran el árbol

de la pesada costumbre,

heroicos decodifican

las tinieblas célibes,

la cofradía temprana

del cadáver, la muerte

hacinada en la duda,

el porvenir estacionado

en un llanto de moscas

y con huesos

de su propia esperanza

hacen una fogata

para dormir en paz.

 

 

 

Atril del beodo

 

 

Cómplice de campana ecuestre

se amarra al oficio bélico

de flauta itinerante por la sombra,

voz antigua acomodando el mundo al eco de las fábulas.

 

La muerte retoña en pez el silencio del anzuelo,

un pelo de Dios repartido por las pirámides del mundo

cuidando sus nuevos huesos.

 

La patria es una soledad sin preguntas

de máscaras lavadas en espejos animales.

Los usureros educan a sus hijos para que no sufran,

pero tuercen el clavel en los manuscritos del ala.

 


 


 

 

Huerta propia

 

                                    Yo sólo creo en el infierno.

                                                Juan Rulfo

 

El solitario, sintiendo

la escupida de dios en la jauría

luxa su parche de rabia,

establece hogueras en la infamia,

erige su hogar en el rencor,

percute un trono de arquetipo suicida.

Solitario odia su cadáver que crece

y blasfema arañas de funerales rotos.

 


 

Insomne

                                               

Por los deseos del amante

relampaguean los gallos.

El que despierta sabe

que el amor es la sangre

que no muere,

sabe que es el último animal

que le comerá los ojos.

El que despierta

ve al mundo

como un ataúd

de delirios.

 

 

 

Infante

 

 

Tus lirios invitan

como ojos insondables,

me rescatan con furia de la ternura.

Mis labios estiran la fruta

con la libertad de un inocente,

la lengua bebe en miel la clorofila

llena de palabras que no han sido escritas.

Un fragmento de tu silencio

huele a la voz de la piedad

y si me alejo

tú me miras como un dios.

 

 


 


 

                                                                     

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