Muerto vivo en Silkeborg
EL SEÑOR DE LOS ALTOS
A
mi madre
1
Saluda al señor de los altos, ha
dicho ella. Alzo los ojos. Ningún señor a la vista. ¿No estaría dirigiéndose a
mí? O sí. No puedo estar seguro. Tal vez ella le hablaba al que fui. Sobre el
que seré. ¿Acaso no quedó ya dispuesto que todo lo que pasa, lo que pasó, lo
que va a pasar, pasa para seguir pasando, como la noche tras el día y el día
tras la noche?
2
Ella ha sido mi pasión más perdurable. Nunca antes. Ni
después. Amé. A nadie. Durante tanto. Tanto soñaba con arrebujar su cuello
esbelto y delicado. La timidez. El gris aturdimiento. Su peculiar manera de ser
sin estar. Estar. Sin ser. Vivimos separados largos años. Mediante un muy corto
tramo. Pero sin que nos fuera posible dar un paso hacia la confluencia. Tendría
que interceder la muerte. ¿La suya? ¿La mía? ¿La de ambos?
3
Y es así como llegamos. A la luz de
estas mañanas. Única razón. Demostrable. Todo lo que tenemos es un trozo de
tiempo. Sin tiempo. Con algo que subyace. La infinitud tal vez.
4
Yo bajo. Puntual. Ella dice al niño
que le acompaña: saluda al señor de los altos. Busco al señor. Me busco.
Inútilmente. Y la miro. Igual que a cierta dama de Chejov. Sin creer demasiado
en lo que ven mis ojos. O en lo que no ven. Sospechando que al amparo de la
duda, como bajo las sombras de la noche, cada cual disfruta como puede su
propio misterio.
Biografía
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