UNA BOMBA ENVUELTA EN SEDA JUNTO AL SOL

 

UNA BOMBA ENVUELTA EN SEDA JUNTO AL SOL

 

(SOBRE “BOMBA ENVUELTA EN SEDA” DE ODALYS INTERIÁN Y LÍDICE MEGLA

 

Dos Islas, 2024)

 

Por: Abel German

El poeta Paul Valéry dijo en alguna ocasión que toda interpretación artística es un «malentendu creátif», lo que al parecer puede traducirse como mala interpretación o mala lectura. Aunque quien esto escribe prefiere la traducción literal de Google: malentendido creativo. Pues si bien toda hermenéutica incurre indefectiblemente en ese error, hay libros que merecen que se corra el riesgo, incluso que se les entienda mal o de otra manera, pero que se les entienda; o, peor, si no mejor (y de ahí lo de creativo), que se les invente: la suerte que suele inmortalizar a los inmortales. Y con esto espero haberme disculpado a priori por la aproximación que pretendo a la antología poética «Bomba envuelta en seda», el más reciente libro de las poetas Odalys Interián y Lídice Megla, concebido a cuatro manos y recién publicado por la Editorial Dos Islas. Sin duda un gran acontecimiento literario.         

            Comienza con un epígrafe general que explica muchas cosas: «…una bomba envuelta por unas cintas de seda.», una imagen que el poeta André Breton utilizó en 1938 para describir el impacto que le había causado la obra de Frida Kahlo «Lo que el agua me ha dado», que no creo necesite explicación. Y se estructura en cuatro secciones:

           

            Primera Sección: EN EL MAPA SIN FORMA DE LA VIGILIA. Tiene otro epígrafe, este de Sylvia Plath, del que cito solo las últimas veintinueve palabras:  «Vives sin privacidad en una pieza sin párpados… Las sombras de las hierbas dieron vueltas como las manecillas de un reloj Y desde opuestos continentes nos saludamos y llamamos». Y comienza con un verso perturbador de Odalys: «AQUÍ NO HAY POESÍA». Seguido de una sugerente invitación que, como veremos, es además premonitoria: «Convoquémosla». Porque eso, esa invocación, será compartida por ambas a lo largo de todo el libro. De hecho el poema siguiente, de Lídice, responde con un título-verso que, sin duda alguna, lo corrobora: PONTE A ESCRIBIR, dice. Y añade: «A escribir sin pensar en nada:/ “La voz recobrada” -eso sobra-./ Ponte a volar palabras como planetas benignos». Sí, porque como ya se habrá percibido, se trata de una reflexión sobre la poesía, un Arte Poética que se dice y que, como es habitual desde Aristóteles u Horacio, devela cuáles son las herramientas en uso y cómo, con qué estética, con qué ética, con qué... fatum, se emplean. Obsérvense si no estos versos de Odalys: «Aquí se exhibe la muerte como un abedul siniestro». Y estos de Lídice: «Pero el poema es la loba que sigue aullando en la luna, allí yace olvidada como una bruja convaleciente». O estos otros de Odalys, si cabe aún más explícitos: «ESTO NO ES UN POEMA /es un fragmento de metralla/  un hueco de eternidad/ labrándose en el humo/ en la marcha final de las palabras». Que Lídice complementa: «Yo sé que la poesía tiene el tamaño del mismo espacio en que morimos...» Hasta que este juego de definiciones llega a LA POESÍA ES, de Lídice: (La poesía es...) « Un Derrumbe/ Un Vivir/ Un Morir/ La Poesía es un Trallazo en la Frente». Y a «EN ESTA GUERRA/ la de la poesía/ está Dios/ la extremadura diaria/ los clanes del silencio/ como bestias estáticas/ consumiéndonos», de Odalys.

            La transición (o transiciones, porque, por supuesto, después de lo anterior la selección transita hacia modos de estar diferentes) se produce o se producen sin costuras visibles; de ese trallazo y de esa guerra de la poesía (de esa metapoesía), aunque sigamos en la misma tesitura, se pasa a un/otro estado en el que las realidades, así, en plural, se mueven entre alusivos menos específicos, como puede ser el conocimiento consustancial al mero hecho de ser o existir: Odalys: «Saber es existir /es la forma de alcanzar lo imposible», o la versión de un pájaro, en el caso de Lídice, que sin duda es algo más que un pájaro o no es un pájaro en absoluto, sino una muy elaborada, y lograda, metáfora: «Mi pájaro es una nave sin jaula». Además están estos versos de Odalys que tienen la virtud de ser ampliamente extrapolables: «COMO SI VALIERAN DE ALGO / los olvidos». También (y sigo hablando de esos referentes) el del uso concreto del material por definición de la poesía y, en general, de la abstracción que, al tiempo que nos humaniza puede deshumanizarnos, como que evidencia nuestra gran paradoja en tanto en cuanto somos personæ (o intuitu personæ); me refiero, sin duda, al uso de las palabras. «¿Cómo se eligen unas simples palabras para decir/ ciertas cosas, o para decir cosas ciertas?/ ¿Cómo se acomodan para que los oídos del mundo las/ reciban?», se pregunta Lídice. Y, por su parte, Odalys: «¿EN QUÉ GUERRA MUEREN LOS POETAS?/ Andan sin palabra ahora / sin qué decir». Y Lídice entonces va y hace este insólito reclamo: «Por favor, rompe este poema./ Clávale tus garras./ A cada verso de un tirón, y muerde las estrofas». Pero quizá donde la idea de esta primera mitad del libro está mejor expresada es en el poema que Lídice dedica a Odalys, y que inspira el título del conjunto: RAPSODIA DE LA BOMBA ENVUELTA EN SEDA: «Pero este es un tiempo de despedidas y fulgores,/ de explosiones,/ de desistimiento de vivir,/ lo nuevo de un tiempo puede ser/ el poema/ la seda que detona y devora la materia gris..

            La forma, en fin, de ese mapa sin forma que es toda esta vigilia.

            Segunda sección: POEMA DE MUCHOS NOMBRES. Título este que, efectivamente, sugiere una cierta polisemia. Le viene de un poema de Lídice: «El nombre de este poema es/ Poesía/ Hueso/ Mujer/ Hombre/ Un número vaporoso,/ Aun no hallado: delicado y fuerte a la vez», que dedica a Odalys, quien a su vez hace lo mismo con el siguiente: «Poesía Habla por mí/ habla/ entra en la noche ardua del poema/ ignora el aullido pródigo de las tormentas/ los 40 exilios que caen de la luz». Y prosigue: «...mi irrealidad tu irrealidad la nuestra la casa como un Sagrario el círculo anguloso de esa pequeña eternidad donde cabe la vida». Y Lídice otra vez: «Es cierto que desde que soy un pájaro todo se dobla como un árbol que rema contra las mareas». Hay, como podrá notarse, matices importantes más allá de la metaliteratura de la primera sección; matices que confieren esa polisemia que digo. Son tonalidades bellas, a veces (y por eso hablo de tonalidades) con una visión evidentemente plástico-descriptiva: «Humean las casas en un septiembre color vino…  Los cuervos aun de párpado lívido,/ como tizones ausentes pegados al árbol, esperan el sol» (Lídice); «SOBRE QUÉ LUZ ESTÁ MI CABEZA/ inflada como un fruto/ a punto de estallar» (Odalys); y a veces (sigo refiriéndome a las tonalidades) más especulativas: «Siempre, siempre esta, la ostra/ hablando con los pájaros,/ entre picotillos de papel,/ la polilla lejana» (Lídice);  «Y estamos aquí (...)/ diciendo esta es la sobrevida/ este el muérdago de la claridad anticipada» (Odalys).

            En cierto modo es a partir de estos poemas que ya realmente tomamos una conciencia cabal (lógico, si hemos seguido con atención la concepción del libro) de dicho contrapunteo, pero ahora lo hacemos además en su razón ontológica (en el sentido, pues, de lo que hay; es decir: del Todo que ambas poetas construyen), y lo apreciamos como uno de sus principales aciertos. Gracias a eso podemos establecer un paralelo esclarecedor respecto de las formas, respecto de las inquietudes y respecto de las obsesiones de cada una. Un conocimiento sin el cual es imposible entender estas (y otras) poéticas, que en ellas (en Odalys y Lídice) conforman toda una cosmovisión. O dos.

 

            Tercera sección: LOS GUIJARROS NUNCA BRILLAN A LA MISMA HORA.    «Tú y yo en la alambrada/ solas en los crepúsculos solos/ en una intemperie masiva de oxígeno/ donde falta la luz.» (Odalys). Y (Lídice) «Nada sobrevive en las profundidades que yo conozco». Por estos derroteros van, en cambio, los poemas de esta sección. Otro sutil deslizamiento, este hacia cierta conciencia de destino, que lo es también de resistencia. Un asunto marcadamente existencial. «Llevo el mundo en mis oídos/ siglos de ojeadas/ cuando te miro a los ojos/ busco tus ancestros,/ hablo con los míos». (Lídice)  «No estrenes tu piedad con el incendiario/ con los que ponen un límite/ con los que se ocupan en mentir/ y disfrazar la vida».(Odalys.)

 

            Y la cuarta sección: DONDE EL CORAZÓN ENCUENTRA SU SOMBRA. Ambas poetas arriban (y nos llevan con ellas) a una especie de meta o, al menos, de escala existencial. «Si fuera si yo fuera un fardo de margaritas frescas/ arrullando el delirio/ las pequeñas maravillas que recrean a Dios/ me sentaría sin palabras a mendigar un reino...» (Odalys) O «Soy quien soy:/ ¡mírame como si no me hubieras visto nunca! » (Lídice) Y de ella misma:« No hay forma de escapar./ Las pardelas oran y prenden velas por más lluvia..» Sí, es lo que digo, han descubierto algo. Han entendido algo: «Sigue el hombre/ en esa ceguera larga que es la soledad » (OdalysY (Lídice) «Hay días que parecen tener el filo de un cuchillo. Hay filos de momentos con el gesto eterno de las horas en su ambivalencia. Aquí, el destiempo, la miel atemporal generando el secreto cómplice donde nos encontramos en la sorpresa de los límites.» Esto genera, a la larga, una pregunta interesante: ¿Se trata de los límites? La soledad, si se ve como ceguera, puede ser uno; y puede serlo también, si bien en un sentido más alegórico, esa miel atemporal. La respuesta queda aplazada.

            En los poemas de esta sección hay, por tanto, una sabiduría sinóptica que, si leemos atentamente, se ha venido fraguando desde el principio. Y al llegar al último verso hay dos cosas que sí tenemos absolutamente resueltas: una) que hemos gozado de una experiencia extrañamente enriquecedora; y otra) que curiosamente el producto, a pesar de haber sido compuesto por dos poetas diferentes, en lugares diferentes, incluso en alguna medida en tiempos distintos (o sea, no expresamente para esta obra, que en realidad es una antología), es también extrañamente homogénea. Lo que significa, por supuesto, no que los estilos lo sean, sino que hay una sensibilidad que los vertebra.

            «Y nosotras Emily (dice Odalys, pero podría haber dicho en lugar de Emily, Lídice)/ Y nosotros Lídicesomos los Pájaros que se quedan/ que siempre se quedan.». Y Lídice: «Déjenme amontonar entre los rayos/ entre las manadas infrarrojas del calor/ entre el plumaje de la clorofila,/ con los peces tibios sin grieta sobre su lomo/ respirando el día/ hasta quedar hinchada como/ un bote junto al sol.» Junto, no bajo. Y, como la bomba de Breton, envuelta en seda.

            Me parece estar viéndola.

 

España, julio de 2024

 




 Abel German (1951). Ha publicado poemas, artículos de opinión, reseñas de libros y una novela. Los artículos y las reseñas han aparecido en diferentes medios, sobre todo digitales y en Newsweek en español. Los libros: El día siguiente de mi infancia Editorial Letras Cubanas, El silencio que dicen Editorial Primigenios, Soñar como es debido con una flor azul, Si acaso 3 cuervos Editorial Dos Islas, Il silenzio che dicono (El silencio que dicen en versión italiana, Edizione Il Foglio) y las plaquettes Cubo de Rucbick Ediciones Unión y Curiosidades (Extramuros). La novela Frontera Azul Editorial Primigenios. Hay poemas suyos en las antologías: Cuba: en su lugar la poesía (México), Usted es la culpable Editorial Abril, Siempre la vida Extramuros y Pájaro que lleva en su pico la jaula. Editorial Dos Islas. Vive en España. 



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LÍDICE MEGLA


Yo sé que la poesía
 
Yo sé que la poesía lleva el rostro de todos los idiomas.
Que en el último día del mundo caerá
por primera vez como un árbol
abriendo la oscuridad con su hilacha de sonido
dirigiendo el vuelo de los primeros pájaros hacia la luz naciente.
 
Yo sé que la poesía es eterna porque lleva el rostro de la
transitoriedad de los humanos y sus cosas
ella marca el círculo infinito rotando sobre sí mismo.
 
Yo sé que la poesía tiene el tamaño del mismo espacio
en que morimos,
y es tan eterna como una muerte sin reposo
en el vuelo de las voces.


Escribo con las tijeras del silencio.

Me voy podando el ruido de la cabeza a la lengua
hasta cortarlo en la raíz de mi boca.
¡Ni una palabra salga!
Es en balde el parloteo;
mi silencio tiene forma y fondo;
es palpable,
y su eco penetrable,
redondo en cada verso,
en cada letra.
Estos son los poemas del silencio, ¡tomadlos!
¡Te guste o no!
Que no son poemas de una charla al azar
 sino seres que viajan con el viento submarino,
y para podarlos, no me va a temblar la mano.
 
Y no me va a temblar la mano.
No llego con premeditación a escribir.
No espero al poema.
No me obligo a producirlo.
No fuerzo mi entrada en su universo,
más bien, me dejo invitar...
No ando en busca de temas preestablecidos
(aunque no niego que hay hábitos de trabajo)
También pudiera ser de otra manera...pero aún no me temblaría la mano.
Hay en el poema una voluntad de traducción de los filtros del autor,
una compulsión a la que estamos sometidos,
por eso, no debe temblar la mano al trascribirlo
 
por eso, cuando llega a horas dispares,
desde diversos mundos,
y te mira el alma y se te clava entre los dedos,
no puede temblarte la mano;
eres el hilo de salvación,
el salvoconducto.
 
La mano del poeta debe ser frondosa y fuerte; 
árbol que reciba
al poema viajero que se entrega a descansar en tu papel,
El poeta debe llevar esa cualidad de la esponja que absorbe y se queda, 
aunque se diseque.
Mano mutante del poeta, se amolda, y adapta.
 ¡Temblar, jamás!


Estoy harta de mi propia contemporaneidad
 
Prefiero tumbarme contra el ombligo de las piedras,
en esta tierra baldía y pensar en ti como pienso en las piedras...
Amo las piedras cuando te amo, las piedras y el viento
las múltiples caras azules del mar...
 
¿Cuánta piedra subyace en la línea?
lo sabe mi cuerpo que entero y roto a la vez, duerme
a la intemperie
asalvajada de verdad:
eclosión primigenia en la noche de los tiempos.
 
Ahora solo sé amar las piedras.
 
Ahora soy un instrumento del que brotan palabras
como flores de cerezo...
yendo y viniendo palidecen ante las estaciones...
Estoy harta de mi contemporaneidad,
prefiero tumbarme en esta tierra
y pensar en las piedras...
 

Canto al Miedo
 
Nota final de un aullido escapado del arrobo,
enmarañado abismo de la flor del vacío,
gran musa bifronte, no es que tema al misterio,
la muerte y el abismo.
Temo una palabra cobarde y vacía como un abismo,
una vida diseca, un verbo fantasma e indeciso,
pues no es posible con la palabra vacío entibiar el mundo,
la palabra vacío tiene siempre algo vacante… doloroso…falso…
 
Hermosa esfinge de cristal,
con el frágil círculo de tu boca te condenas a tu destino.
Y no es que tema al destino.
Temo un destino sembrador de dobleces.
Temo unas paredes que puedan ocasionar la prematura muerte
de la perla en la ostra.
Temo a la ostra profundamente terminal e incompleta,
Que añora petrificar la arteria del
                                                             Poema.
Temo una boca rígida sellando el lenguaje del pájaro.



Dandelion
 
Pensé en un poema, en cómo se teje.
Pensé en la abeja, su dádiva.
Pensé en la belleza del taraxacum, su despeinada volatilidad,
frágil bomba de tiempo;
haber acompañado al viento, a la hierba,
haber salido de la tierra, por último, haber regresado a ella.
Y estuve ahí flotando, soltando también mis pétalos 
como si valiera la pena
 existir en esta tierra, cruzar el tiempo.
La flor es otro modo de mujer.
Germinar, nacer, no quedarse por mucho tiempo 
con la vista fija en un solo sitio;
vivir, porque la vida tiene un triunfo y la muerte tiene otro.



Me voy a callar por un tiempo enorme

Irreverente de palabras.
Último grito inasible,
rayo electro,
en la corriente de la tierra
rugido,
remate de leona
milenaria parturienta, enmudeceré por eones.
Plantada,
al voto de silencio
tragando la ola desbordante de la hora.
 
Ya bala en su errancia,
hastiada de la angustia de la bulla,
callaré estruendosa,
hasta que estallen las vísceras de las casas
y los hombres escuchen mi mutismo resoluto.
Silente por un tiempo universal,
hasta que la ostra de mi lengua
se constele al mundo.
Insaciable de mudez,
superpuesta a la que fui
me inundaré de lo que contiene el mundo.
La lengua espantada hacia la floración del murmullo.
Paralela a la tierra.
Vertical al verbo.
De un extremo a otro de mí misma,
me silenciaré la boca,
arrancaré mi corazón lesionado
y lo arrojaré, desde mi vientre, al pecho de los hombres. 

  


 Poema de Muchos Nombres  
 
Para Odalys Interián
 
El nombre de este poema es
Poesía
Hueso
Mujer
Hombre
Un número vaporoso,
Aun no hallado: delicado y fuerte a la vez.
Solfeo.
Misterio que no se lee para aprehender el significado
que subyace en su numerología:
un desorden armonioso que acompaña la tibia secuencia de su musicalidad,
que arropa y desnuda su truco envolvente.
Un poema zalamero,
oloroso.
Entretela nocturna de electromagnética onda,
Innata Inocencia.
Un poema,
como tú y yo, en paz,
-sobreviviente de tanta muerte y exilio-,
que existe por la candidez del Poema.
Grial,
para salir cada vez recién viva
con la última gota de amor que lo libere.





 
Esto no es un poema
es un fragmento de metralla
un hueco de eternidad
labrándose en el humo
en la marcha final de las palabras.
 
La poesía es esa puerta que se abre
porque algo se va
algo regresa
algo se salva siempre.
 
Grazna como el pájaro demente
a la orilla del límite
gira y gira /persiste
la poesía es un pétalo cayendo
sobre el azar contemplativo.
Un fragmento de aire
incontaminado
un abierto horizonte
golpea. 
Sobre mí su ojo desmesurado
su vigilia solemne
su antiquísima flor también abierta.
La luz que ofrece sus migajas
los viejos cantos lustrando el polvo
donde amaneceremos.
 
Ahora la poesía tiene el rostro del futuro
irá llaga a llaga
mostrándose.


 
La poesía
como una estación de lunas fijas
sigue goteando.
Hasta inflar la memoria
con ese discurso del porvenir.
 
Nada es la luz que se escurre en ella.
Tampoco la sombra que borra
el pájaro y la nube.
El canto que transita la fiebre
y puede rastrear la eternidad
en las pequeñas huellas que deja
un espejismo.
 
La poesía plantándose
como el árbol de los buenos frutos.
Vibrando para el hombre.  
Como si todo hoy nos emboscara
las plenitudes /los pobres asedios
esa pizca de eternidad que llevan las palabras
ese nudo de mundos que van desovillándose.
El cadáver que se cierra como un guijarro
sobre la luz.



El poema
como bestia que piensa Gelman
como la vida
terminará por parecerse a sí mismo.
 
Sigue doblándose por el peso del odio
por el peso terrible de la luz
y las visiones dolorosas.
 
Como bestia ciega
arropándose
en el mismo temblor de las palabras.
 
Golpeando el montoncito de pupilas abiertas
la rosa temprana que admiraba Keats
la hermosura esférica de las peonías 
impulsando el ruido suave de las sombras
hacia el origen.
 
Hacia el tiempo en que Dios
estrenaba un verbo
armándonos del barro
soplando en nosotros
el aire azul unánime
de la vida.
 

 
Que este poema vaya en paz
que lama las entrañas de la muerte
y se tienda purificador y libre
sobre el filo de los días.
 
Que baile /que gire como la estrella
de la última estación 
que cercene el lenguaje con su luminosidad
el arsenal de tanta lluvia podrida por el tiempo.
Que resista la desnudez de los diálogos 
la metáfora que va como una trompeta
apocalíptica.
Que aúlle al ritmo y golpe de la luz
que se tienda invariable sobre el pasto encendido
que glorifique los instantes que recorrió
el relámpago.
 
Que entre en la casa de la noche
y gravite sobre los soles que abren la oscuridad.
Sobre los altos silencios de la crucifixión.
Sobre la sierra infinita que suene
como los vientos fijos
aire de anémonas /aire de estrellas
de sombras purificadas ya.
Que nos sueñe ahora /que se plante
que palpite en los lienzos
donde estalla la figura de la vida. 

 
Porque jamás desertamos
elegimos la palabra 
vaciamos ese Reino y lo plantamos
con sus palomas vivas
con sus disfraces y nuevas auroras.
Aprendimos a golpear las estaciones
las pequeñas miserias que exhibe la oscuridad
Atravesamos el trance forzoso /individual
de esas oscuridades
su nido de nostalgias
y nos sembramos como un triste color
en el lenguaje.
 
Diremos si/ iremos
hasta el sitio que nadie visitó
hasta esa claridad que nadie advierte
descenderemos a ese mundo de belleza
Inconocida.
No es la muerte
es la vida el misterio por descifrar.
Escribir es eso /interpretar /interprétanos
tantear las heridas y los sueños
palpar con severidad la cosecha de vértigos
la náusea arrasadora.
Gritar /patear/pujar la nueva visión
arriar la palabra impronunciable
hacer que entre el vacío en las edades de la muerte
cubrir su rutina /el corazón que flota diminuto.
Plantar un páramo que recoja toda la cosecha
el oleaje maduro del silencio y la inmensidad.


No mires estos ángeles
demasiado muertos
que cruzan el tálamo de la herida
no pruebes el néctar vacío
de la oscuridad donde bebieron
no respires el aire que ha sido cegado.
La vida que no pueden interpretar.
Te llevaré hasta allí /entra en el poema
sueña la letra que irá arrimando el futuro.
Escucha el clamor del amor en todas las visiones
como ajusta los horarios /los ritmos armónicos
del tiempo
como avanzan con su aire fértil
hasta desmembrar el cuerpo de la sombra.
 
Tocaremos el mar de la palabra /ese fondo
el agujero negro /las profundidades de la hora
revelada.
Saber es existir /es la forma de alcanzar lo imposible.
Mira está cayendo el límite que nos separa
de la invisibilidad
está el aire lleno de una verdad
que sigue respirándonos
mientras recorreremos las realidades del amor
mientras pisamos los pobres resplandores
la hora sonámbula de la muerte
el arcoíris de sombra que también cae
sobre el cadáver tendido de la soledad.

La muerte ya no asusta a los poetas

Han matado ese monstruo de 7 cabezas
que es el miedo.
Repiten los diálogos de la vida
en su promiscuidad.
 
Los mirlos infestos Baudelaire están aquí
colman el aire
van en todas direcciones
estallan.
Su llama fructifica la tiniebla
los mirlos /el animal Kafkiano.
Toda esa metamorfosis de la realidad
ya no nos espanta.
Ahora todo es esto o aquello
ahora la inmovilidad
una pausa aletargada de cruces
que siguen cayendo.
En el nudo de las buenas palabras
gravitamos /indecisos.
 
Las palabras llevan sus verdugos.   
dicen /no dicen.
Alzan sus delicadas lámparas
los mazos golpeadores.
Nos hemos acostumbrado al horror.   
Bailarán aquí las soledades.
Oh muerte en tu jardín
vibran los cadáveres maduros
sobre la luz del sol.




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