ANDRÉ CRUCHAGA O LA AUTENTICIDAD DE LA POESÍA COMO UNIVERSO PROPIO/ Por Alfonso Fajardo
ANDRÉ
CRUCHAGA
O
LA AUTENTICIDAD DE LA POESÍA COMO UNIVERSO PROPIO
Si
tuviera que definir la poesía de André Cruchaga con una sola palabra, la
llamaría misterio. Cruchaga es uno de esos poetas que, por convicción,
construyen mundos y universos propios donde la originalidad, la singularidad y
la autenticidad son pilares solidos de su estructura. Estas tres
características son a su vez una negación de una forma de entender la poesía
como producto de las modas literarias, de las circunstancias que contribuyen al
canon y de toda la parafernalia que trae consigo el camino a la inmortalidad.
Así, la originalidad tiene relación con la asimilación de la tradición para ofrecer
un producto novedoso; la singularidad va más allá e implica la elaboración de
códigos (lingüísticos y semánticos) propios; mientras que la autenticidad
constituye una visión ética en donde el desgarramiento interno del poeta se
encuentra en detrimento de la pulcritud del poema. Como Lezama Lima en el
barroco, como Fernando Pessoa y su universo de heterónimos, como Vicente
Huidobro y su creacionismo, como César Vallejo y sus cristos del pecho o el
mismo André Bretón con sus manifiestos, Cruchaga ha construido a lo largo de
los años un universo que se reconoce a sí mismo gracias al lenguaje, piedra
angular del espacio-tiempo de su poesía.
Autodefinido
como poeta surrealista, Cruchaga le imprime al lenguaje todas las técnicas de
la vanguardia del siglo XX: la escritura automática, lo onírico, lo
maravilloso, la imagen visionaria, la locura y el oxímoron, todas esas técnicas
perfectamente asimiladas y puestas en función de su universo. Cuando en El
Salvador se escriba la historiografía literaria del surrealismo, André tendrá
un espacio privilegiado en ese jardín. En efecto, son pocos los poetas que en
El Salvador se atrevieron a explorar las aguas profundas del surrealismo, entre
ellos podríamos mencionar al Roque Dalton de Los Pequeños Infiernos, a
Rolando Costa, a Alfonso Kijadurías y a dos o tres poetas contemporáneos más.
La lista es corta en un país cuya poesía se dejó llevar por la gran ola del
coloquialismo de la emergencia. En El Salvador, tradicionalmente el ejercicio
de este tipo de escritura no ha sido bien recibida, pues se ha considerado como
metafísica, retórica y alejada de la realidad social del país. Legendaria es la
crítica de José Roberto Cea sobre Roque Dalton, que se encuentra en la Antología
general de la poesía en El Salvador, en donde manifiesta que “una zona
surrealista ha enriquecido su expresión: aunque ésta, en ciertos poemas, nos
parece pura retórica; demasiadas palabras, palabroso, mucha literatura en su
poesía”. Quienes han realizado este tipo de afirmaciones ignoran u olvidan
que el surrealismo tuvo un fuerte componente político-ideológico en su apogeo:
famosos son los escritos de André Bretón de 1925 sobre el acercamiento del
movimiento surrealista a la política, su editorial Por qué me hago cargo de
la revolución surrealista; y luego su reseña al libro de Trotsky sobre
Lenin, unidos a un editorial anterior escrito conjuntamente con Louis Aragon y
Victor Crastre llamado ¡Revolución hoy y siempre! son los detonantes de
la iniciación del surrealismo en la política internacional. Sin necesidad de
profundizar en los postulados políticos de los surrealistas, está claro que el
surrealismo tuvo en su momento un fuerte matiz político-ideológico, y por ello
hoy en día resulta inverosímil que muchos críticos o comentaristas relacionen
al surrealismo con formas evasivas de hacer literatura, esas afirmaciones solo
demuestran la ignorancia acerca de la historia del movimiento surrealista. Creo
que esta referencia historiográfica del surrealismo era necesaria pues, como
repito, André Cruchaga se autodefine como poeta surrealista, y como tal, conoce
muy bien la historia no lineal del movimiento, aplicando a su poesía no solo
las técnicas o recursos meramente literarios, sino también sus más febriles
cosmovisiones. Y es aquí cuando empiezo
a referirme Lejanías rotas, el nuevo libro que nos regala el poeta surrealista André Cruchaga.
En
Lejanías rotas acudimos a un crisol en donde se funden varias temáticas
que nacen de la vida cotidiana para ofrecernos mosaicos de la vida interior del
poeta, pero también de la vida exterior. Así, Cruchaga aprovecha cualquier
aspecto de la cotidianidad para desnudarse en la palabra y ofrecernos sus
pensamientos sobre su vida y la vida que lo rodea. Puede ser la presencia de un
tren o la estancia en un lugar específico, no importa la pintura cotidiana que
el poeta tenga enfrente, lo cierto es que a partir de allí surgirán las
cavilaciones armoniosas que, matizadas con un lenguaje embellecido por las
técnicas surrealistas, son transformados en poemas de gran factura literaria.
Sin ser un libro de poesía de viaje, Cruchaga utiliza los lugares que habita
como una perfecta excusa para soltar el torbellino del lenguaje, allí
encontramos Cow Creek, David Community Park, Swerwood Park o Marylhurst,
entre otros. Lugares reales que son fuente de cavilaciones donde las temáticas
como la soledad, lo erótico, la muerte, el ansia, el hastío, el desencanto, y
el país, son parte de sus giros gravitacionales en torno al fuego de la
palabra.
Desde
el epígrafe de Saint-John Perse, que es toda una declaración de principios en
torno al tipo de poesía que elije escribir, pasando por todas las imágenes
centelleantes de los poemas, André Cruchaga se mantiene fiel a esa
originalidad, a esa singularidad y a esa autenticidad que siempre lo ha caracterizado.
Son esas características las que lo han llevado a ser considerado como un
poeta, hasta cierto punto, hermético, oscuro. Es en este punto en el que se
debe recordar lo que Lezama Lima, uno de los poetas más herméticos por el
excelencia, escribió: “No empezar con la tontería de lo que se comprende y lo
que no se asimila, con la vieja monserga arrinconada de lo oscuro y lo claro,
con el imperativo tema de lo fácil y lo difícil”, mientras que en un ensayo del
libro “La expresión americana”, el poeta empieza su libro con la ya famosa
frase “Sólo lo difícil es estimulante; solo la resistencia que nos reta, es
capaz de enarcar, suscitar y mantener nuestra potencia de conocimiento…”. Nadie
mejor que Lezama define la supuesta oscuridad que subyace en un texto
determinado, y es que, en realidad, tal oscuridad no existe en el poema, pues
este sobrevive y se reconoce a sí mismo pese a las etiquetas que puedan
atribuirse a un autor.
En
un magistral diálogo entre los poetas David Huerta y Alfonso Alegre Heitzmann,
publicado en la revista Letras Libres el 4 de noviembre de 2004, este
último, refiriéndose a la etiqueta de “poeta oscuro” que le adjudicaban al José
Gorostiza de “Muerte sin fin”, escribió lo siguiente: La pretensión de la
razón discursiva de explicar —o explicarse— la poesía lleva en sí una
contradicción en los términos, pues, como Maurice Blanchot señaló con lucidez,
“lo que el poema significa coincide exactamente con lo que es”. El poema se
escribe desde su propia exigencia inmanente, sus palabras no son para el poeta
ni intercambiables, ni traducibles, ni tampoco “oscuras” o “claras”; responden
a una necesidad interna de la propia creación. El poeta no busca ser difícil o
sencillo, sino fiel a esa exigencia del poema en el que está inmerso.
Y es ahí donde está la dificultad, o la oscuridad: en el proceso. Con estas
referencias quiero demostrar que no existe tal oscuridad cuando el poeta es
auténtico, toda vez que dentro de la neblina de la palabra se encuentra el sol
de los descubrimientos. Por supuesto, la poesía tiene sus propios códigos
inmanentes y sus recursos retóricos que la alejan del balbuceo, sin los cuales
un pensamiento puede ser cualquier cosa, menos poesía. Cruchaga conoce estos
laberintos, y por eso en su poesía hay numerosas referencias intertextuales
sobre el quehacer poético, como en el caso del poema “Goteo del espejo”, donde
precisamente hace una referencia a “Muerte sin fin”, de Gorostiza.
André Cruchaga
domina, no solo los recursos de la retórica poética, sino también el arte de la
autenticidad, pues a pesar del borbotón de imágenes y metáforas, en su poesía
se identifican claramente las principales preocupaciones del poeta en la época
que le ha tocado vivir. Así pues, nos referíamos a temáticas como la soledad,
la muerte y el desencanto, pero también quisiera detenerme en la temática del
país, pues se encuentra como si fuera un eje transversal en Lejanías rotas. En
efecto, las vicisitudes coyunturales de El Salvador se identifican dentro de
esa cascada de imágenes sucesivas, ya sea mediante la breve alusión o la clara
referencia:
En el espejo, la memoria y en esa voz que por ventura, nunca culmina,
sino en la fosa del alfabeto del país del más allá.
(Espera
tardía)
Es difícil imaginar un pájaro en un
país que se derrite
a martillazos y que vive entre
hojas y costuras desasidas.
(Ventana rota)
El mal no necesita de muletas para
romper nuestros sentidos,
ni un vaso de agua para saciar la
aridez del país.
(Alrededor del día)
Aquí nos perturba un país irreconocible, un país por reconstruir
(Delirio
del fuego)
El país es un techo que de a poco
va cayendo en una fosa
Seguramente mis ojos no bastan para
reconstruirlo.
(Intoxicación)
De
este eje transversal me quedo con los siguientes versos: “Sí, una y otra
vez, los imaginarios de un país fatal, la destrucción / que nunca apela a la
cordura, solo el abismo del absoluto”, versos que son una crítica a los
absolutismos políticos que creen que con ellos se refunda todo. “La vida es
un poco esa Comedia humana de las turbulencias infinitas, una indigestión que huele
a escombros, o un perfume de pesadillas que incendian el horizonte. Siempre nos
resulta atroz esta fiesta suicidio del idilio”, escribe quien seguramente
está firmemente convencido que la total ausencia de memoria histórica produce
esas turbulencias infinitas. Sirvan los versos anteriores, también, para
demostrar que el surrealismo no solo se trata de un reflejo de lo onírico ni de
una edificación verbal pletórica de imágenes vacías. El surrealismo de Cruchaga
está, por el contrario, afincado en la realidad y es a partir de ella que el
poeta se desangra, independientemente de que se trate del país o de un
desgarramiento interior.
Cruchaga
sabe perfectamente lo duro que significa ser poeta en un país como El Salvador,
y más si se es un poeta alejado de los facilismos literarios. El poeta asume
ese riesgo y se tira a bucear en las profundas aguas del lenguaje. Como
Baudelaire, utiliza el poema en prosa en muchos de sus textos, y es que el
poema en prosa se presta mucho al desbordamiento no solo de imágenes, sino
también de requerimientos internos. En su poema Resignación, por
ejemplo, encontramos la suma de sus preocupaciones. Aquí, en el murmullo de la
palabra, está el país, pero también la palabra es como el sonido del río entre
las piedras: tiene una musicalidad propia, inherente. El poeta se resigna
frente a la podredumbre que encuentra, pero el poeta también es protagonista de
su propia tristeza: “Hoy, sobre el libro de piedra de los cementerios,
enterré al muerto que llevo dentro: en mis hombros pesa el tiempo marchito y el
sol ahuecado de mi infancia y los retoños que fui encontrando en el camino”.
La verdadera patria del hombre es la infancia, decía Rilke, y por eso esa
patria siempre se encuentra presente en todo poeta, y en Lejanías rotas
esta patria la encontramos a cada momento. Pero también el dolor se encuentra
orbitando desde el centro de la poesía de Cruchaga: “Días de ciénaga caen en
mis ojos con latigazos de lava; luego descienden como lupanares de niebla y muerden
este drama de ser solo paradoja”. La vida es precisamente ese drama de
ser solo paradoja, la eterna batalla de estar vivo, la incertidumbre de
todo y la certidumbre de que los sueños, sueños son y, por tanto, no hay que
despertar porque todo, absolutamente todo, es asfixia. Con precisión
aforística, André nos lanza verdaderos relámpagos verbales que son espejo de sí
mismo: “Siempre la soledad nos pierde en su rotundidad de herida: muda la
tierra en lo remoto. En esta prolongada avidez, muere y vive el relámpago de la
noche…”. En Lejanías rotas impera un tono existencial que
frecuentemente cae en la desesperación, en esa resignación frente a todo y
todos, una visión en donde impera la neblina y la sombra, como en el poema que
le da título al libro, donde nada “parece próximo a la luz, salvo el
sustento de un páramo”. En poesía todo está dicho, se suele afirmar, y solo
la manera novedosa en que decimos algo puede otorgarle un valor estético a la
obra. La vida, con todos sus bemoles y como tema universal, es parte del
universo de Cruchaga: “No sé si existo, o solo es la cripta de fríos
cercanos la que da pie a los oficios irrenunciables de la noche”, ese es el
mantra de cualquier poeta, caerse rendido, en mitad de la noche, al oficio
irrenunciable de la palabra.
Afirmaba
al inicio que Lejanías rotas tiene un poco de la poesía de viaje, pero
los lugares en realidad son un telón de fondo, un detonante de la nostalgia que
está en todo lugar. El poeta está lejos, quizá lejos de su casa, lejos de sí
mismo, pero al mismo tiempo cerca, es un sinlugar donde lo único
omnipresente es la nostalgia, lejos de todo y rodeado de nada, es una lejanía
rota porque la distancia provoca todas esas rupturas internas, toda esa saudade
sobre sí mismo, sobre la soledad, sobre el pasado, el presente oscuro y el futuro
incierto, sobre el país, sobre la poesía. Es el nihilismo del desasosiego el
que pulula en Lejanías rotas, es el sobreabundante vacío que nos rodea
en un mundo moderno atiborrado de ligerezas.
Más
allá del merecido sitial que tiene André Cruchaga en la poesía surrealista
salvadoreña y centroamericana, cuando se escriba la historiografía literaria de
la poesía del siglo XXI en El Salvador, el nombre de André Cruchaga aparecerá
destacado por varios motivos: por sus numerosas publicaciones y traducciones,
por su reconocimiento internacional en círculos de conocedores, por su
exigencia al lector, pero sobre todo, por su autenticidad en insistir en la
escritura de una poesía que es un torbellino de imágenes, una autenticidad que
no es otra cosa que arar en el desierto, en el desierto de un país lejano,
roto, abandonado de sí mismo.
Alfonso Fajardo
Ciudad Merliot, El Salvador
2 de diciembre de 2022
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