MOLINO BLANCO Ediciones presenta: UN PANTANO DE LIBÉLULAS DE JUAN CARLOS RECIO
En la sangre —donde nadie ve, si no es con el lenguaje introspectivo de la poesía— se lleva una insomne cartografía natal. Todo lo que es verdaderamente natal es también prenatal y posnatal. El individuo que deja morir esa cartografía va ya póstumo. Si ese individuo sueña con la poesía no acierta a representarse jamás, porque se ha perdido en sí mismo: lo más preciado que tenemos para el futuro es todo lo que fuimos, y el lugar en que fuimos auroralmente, y todos los seres que ya estaban, los que llegamos juntos, los que vinieron después mientras nos íbamos alargando hacia el cielo. De esa arca de oro levantan los poetas la oculta novela de su poesía, que ocurre como un río subterráneo de símbolos y profecías. A esa arca de oro vuelven siempre para escoger senderos ignotos en las encrucijadas de su destino vital y creador.
Aquí hemos escogido un puñado de textos del poeta cubano Juan Carlos Recio donde esa evocación turbadora y colorida tiene una gran fuerza plástica y mucha riqueza psicológica. A pesar de la brevedad, qué universo tan henchido de sucesos, seres, animales, parajes, familias, amores, espectros, horizontes, episodios individuales y colectivos. Vibra este haz de poemas con todo un entorno que aún se sostiene en el viento vencedor de todas las disolvencias, y que teje en el silencio agolpado y estridente de las imágenes un mural de estatuas de oxígeno. En ese entorno el poeta crece desde la semilla que fue, aúpa todos sus vivos y muertos, resucita sus querencias, asienta sus posturas ya definitivas para mirar sus propios orígenes y la ensortijada historia.
No deje el lector de atender a cada imagen que llega, que a veces se superpone con otras que se enciman vertiginosamente y en las cuales el renglón se enzarcilla bellamente, dejando una estela de misterio y de inquietud. Escribir poemas no es redactar, porque no se trata de dominar las palabras, sino de inscribir en ellas una incandescencia de imágenes que nos suben desde el olvido cuando hundimos los ojos en nuestro mundo interior. Poeta es quien esculpe para siempre lo que apenas dura una milésima de segundo, y que nos llena los ojos de la mente con su abundancia afectiva, con su cintilar fílmico. Juan Carlos Recio confirma en estas piezas su talento poético, y el lector quedará agradecido al final de su lectura por una experiencia estética que es pura existencia compartida.
Roberto Manzano
LOMAS
DE SANTA FE
Ustedes, que miran al cementerio del pueblo, no me han visto llorar y en sus faldas me calmo. Lomas donde los negros Fusté se cortan la lengua con el filo de su espiritismo. Los caballos con mujeres a la zanca, en las noches de luna, incendian la vida a esas alturas.
Debajo
hay un valle y un río y la trocha para llegar a verlas. Lomas de mi intemperie,
la soledad donde las saludo me trae las fotos de pueblos vecinos y otras,
festejos de amantes nunca olvidados. Lomas que me pidieron el destierro, ni siquiera
volveré para saciar la violencia del filo.
ANDREA
(Nada, de Carmen Laforet)
Huyendo
del escondite donde te encontré con tus ropas de mendiga y tu pubertad de
cementerio; muerta bajo el barro que pisas, pudriéndose mis manos de negociante
vago en goce ridículo, no sabes lo solo que estoy bajo esta tierra ya sin
música, Andrea, por la Virgen que estoy solo, miserable y obstinado, tratando
de entenderme; no poseo nada, Andrea, ni tu vestido con olor a tinte ni tus
largos paseos por las callejuelas del pueblo; nada, Andrea; solo esta quietud
que me deja loco y estos gusanos rondándome en la miseria. Nada, no poseo nada,
Andrea, y cuánto daría yo por volver a escuchar tu música ahora que no soy más
que un pantano de libélulas.
COMO
PEZ EN LA ORILLA
Todo lo escrito parecía pertenecerle a otra vida y lo que perdió desde el vasto silencio hasta la tinta, era más que su sangre, la obra por la que debieron conocerlo. Tuvo pasos lentos —de asno, dirían— que cruzaban por los campos de colores púrpuras en sueños que nunca pudo ver en realidad, y supo desde esos pasos que no era un fantasma con pose de extranjero y que su tierra natal aún le guardaba el hueco donde entrar a esa fertilidad impredecible que ninguna miseria derriba y toda hambre calla. En agonía vivir posee un encanto, la raíz que absorbe las aguas claras y los tatuajes de la piel que recorrimos sudorosos, asemejan el imperio, donde claman los hombres: Venid como dioses del Olimpo; tendremos otros océanos debajo del hielo y travesías desde el insomnio hasta la profundidad del ser y, por qué dudarlo, seremos los peces muertos de la red, escritos rudos de los cantos del hijo de Dios, un simple mortal con sus pies de sal y el olor a hembra de sus noches de ángel nos dieron peligros. Hoy son el vendaval donde curarnos y seguir cortados en trozos por el filo de la navaja. El prójimo tiene, primero en uno, su morada, después le damos para que cargue el cántaro, para que alivie su agonía con nuestra felicidad. Vamos a pararnos en los ecos del coro y servir la carne cruda en medio de la niebla con los ojos vendados buscando las brasas, incendios de otras muertes que tienen su existencia cazada.
Vamos
a cruzar el circo de aquellos pasos en las guardarrayas cuando bebíamos
aguardiente y nos jugamos todo el odio, que ahora no digan que no les cabe en
el otro agujero donde los sentimientos son el tatuaje y la piel por la que de
lejos el cazador nos bendice. Este es todo el ascenso que podemos ver y la
vastedad que el miedo columpia de los portales que vimos hundirse por la
ventolera, las piernas de las madres lavando nuestras almas, sentadas en sus
lenguas de campesinas como peces también buscando su cueva. Todos somos
extranjeros que no pudimos salir y los que estamos lejos, aquí no estamos;
vivir es eso y en las piedras aquellas que grabaron episodios, trazos de un
amor visto desde arriba desde un árbol que nos daba siempre frutos verdes.
Todos éramos entonces legalmente de otros mundos sentados como las madres en
sus lenguas, lavanderos de estas almas rotas que empujamos a ratos para llegar
hasta ustedes que se quedaron en el nudo, en la garganta ensartada, con los
ojos muy abiertos mirando al agua, siempre al agua, y a la otra orilla.
biografía
Juan Carlos Recio MARTÍNEZ (Cuba, 1968). Poeta. Tiene publicados, entre otros, los
siguientes libros de poesía: El buscaluz
colgado, Premio de la Ciudad de Santa Clara 1990, editado por la Editorial
Capiro 1991; Sentado en el aire,
igualmente por la Editorial Capiro 2011; La
pasión del ignorante, por Hoy no he visto el paraíso 2011; Para matarlos a todos, por Neo Club
Ediciones 2016. Reside en Estados Unidos.
Muchas Gracias por tu lindo gesto, el Trabajo de Roberto Manzano sobre este libro es un honor, su prólogo es algo que guardaré como un tesoro para siempre.
ResponderEliminarJuan Carlos Recio Martínez