EL POETA COMO VIDENTE. ODALYS INTERIAN
Desde la vista de un punto, el
nuevo libro de Andrés E. Díaz Castro concentra esa visión extremadamente
límpida e inaugural a la que aspira la mejor poesía, donde el cuestionamiento
de la realidad gana en hondura y en dimensiones. Poesía del más alto linaje,
siempre concisa, nutrida, que insiste en el diálogo con el otro y consigo misma,
que narra la batalla permanente entre el poeta y el tiempo, entre el poeta y
sus circunstancias. Visiones, imágenes que dan cuerpo al paisaje que lo
habita, su poesía parte del hallazgo de sí. El ojo poético que mira para
extraer de la realidad el hallazgo reciente, las lecciones que acumula, las
experiencias de vida, sin olvidar la relación que establece el yo con los
objetos de esa cotidianidad.
La poesía como una forma de conocimiento, un precepto
que rige la lírica de Andrés, para quien entre la capacidad especulativa y la
imaginación no hay frontera, especulador imaginativo que eleva su obra a un
plano de intelección, enriquecida por la gran capacidad reflexiva y el agudo
poder de observación (tanto sobre sí mismo como de su entorno), sabiduría y
tino en las reflexiones de aliento existencial, una profunda y exquisita capacidad
narrativa-descriptiva que no se aparta del enunciado poético y la
extraordinaria vena humorística del poeta: mi habitación se quema dentro de
mí, me deshabito y la deshabito y al despertar, por las rendijas penetra mi
infancia inventada y no la reconozco y sé que debo abrir el Sol y ducharme en
toda mi desnudez, para brillar en el centro de la perplejidad y deslumbrar al
miedo.
Poesía de apertura, inconmensurable, luminosa. Andrés
es de esos poetas que habitan la poesía con el espíritu, porque entiende que
está hecha de algo más que palabras. El verso es una calle que inventa una
ciudad, el tacto que descubre el hondo desamparo del hombre. El poeta vive
la experiencia de la soledad y la angustia inevitable, es preciso entonces
crear un sitio de alivio, una zona cerrada de resistencia. Jamás estoy
solo -nos dice- /porque tengo las palabras /para organizar la fiesta /y
ella /la soledad /es solo una invitada /con el disfraz de reina. Pero si la
poesía es ese algo extraordinario que hace que nos olvidemos de la muerte, es
también un estado anticonformista, y de rebelión, en estas páginas se expresa
la propia contradicción que ella es. El mismo verso que gotea instantes de
salvación, puede llevar un lado irrefrenable, descarnado, irreverente: Cuchillo
verbal, luminoso, para sajar la necrosis Cortes limpios, sonoros, navajazos de
pájaros cuando la aurora estalla en medio de una página /Hablo del poema, ese
peligro.
La poesía sobrevive porque persigue y persigue
-diría Louise Glück- porque es simultáneamente totalmente clara y
profundamente misteriosa… y es lo que ocurre con la poesía de Andrés,
poesía vigorosa, inagotable, que oscila entre la claridad y el misterio,
claridad de revelación, que deja al descubierto el ser y la vida, que recoge la
visión intuitiva del poeta, esa lucidez extrema acompañada siempre de un
profundo pesimismo: que de repente la luz explote y algo se nos muera más
allá de la falsa muerte y veamos el cadáver tiznado de la paloma entre otros
cadáveres, como premonición del futuro que se muere sin llegar a presente…
Salir tras el tiempo perdido hasta recobrarlo fue la búsqueda de Marcel Proust.
Andrés siente que lo que hay que recobrar es el futuro. Como quien lo ha visto
y no se contempla en la eternidad. Nos dice: yo nunca me he ido de ninguna
parte, no se puede ir el que no ha estado. Soy solo el que pasa en un día
interminable… En el instante el viajero empaca y desempaca su equipaje y dice
ahora para decir antes, después, siempre, y para constatar que el futuro de
entonces es el lugar que habitamos los viejos. El instante nos hace y nos
destruye como un hueco indescifrable. Su poesía parte de una inquietud
íntima, nace de sus nostalgias, nostalgias de pasado y de futuro. Sus poemas
tienen un buqué /a bambúes tañidos /por una brisa añeja/ de inexpresable
rumor /cargado de sorpresas. Reflejan una melancolía jubilosa por ese
aroma a flores aladas, perseguidas por libélulas hasta que se vuelven nubes y
caen como llovizna azul y breve /como sustancia de tiempo que se esfuma…
La poesía está oculta en todas las realidades, de ahí
parte la idea Rimbaudiana del poeta como vidente, como desentrañador de ese
misterio al que se llega muchas veces por un largo, inmenso y razonado
desarreglo de todos los sentidos… la invención de lo desconocido. La eterna
invención que concede a la palabra el don del acto creativo. Andrés tiene
necesidad de hallar una realidad trascendente que perdure en el cuerpo
poemático. Pero la realidad -nos dice-, es un pez metódico que se nos escapa
de entre las percepciones y nos deja unas huellas para ejercer nuestra
fascinación. Todo parece hablar, pero solo nosotros adjetivamos y untamos de
números la inaprensible y muda oscuridad. Solo nosotros. El poeta asume la
ironía como un medio para interpretar la vida. En él también vive el misterio, la creación lo
observa, es un ser lleno de incertidumbres y de imposibilidad, lleno de
presencias, y ruidos…despido un olor desquiciante para perros sin olfato
mientras aleteo con mi ilusión de alas sobre una página en blanco. Una página,
no una pantalla, algo que simule vacío con el mayor ruido posible, que se
manche con mis ademanes de asfixia… repto sobre ese espacio comprimido en el
que me expreso o desplazo. Intento, en fin, marcar ese punto en el que lo otro
me observa. Escribe para alguien, alguien que presiente, que no nombra,
cuya existencia es solo una sospecha. Convencido de la propia especulación que
es la poesía, participa del juego de las suposiciones, fabula como si no
tuviera certezas. Sabe que la muerte, la vida, la existencia en sí, son una
interrogación. Vive en las preguntas, su poesía también interroga, no necesita
respuestas, aunque estas lleguen prontamente, para él la verdad es letal y
manipulable, solo reconoce una verdad puntual, la de la poesía. Esta será
siempre una celebración, un convite, el punto infinito desde donde se observa y
es observado. Andrés escribe convencido que la poesía es lo que renace y
permanece, que tiene una misión conciliadora, que es esperanza, aunque contenga
todas las esencias dolorosas del mundo.
Odalys Interián.
Biografía
Odalys Interián Guerra (La Habana, 1968), poeta, y
narradora cubana residente en Miami, dirige la editorial Dos Islas. Entre sus
publicaciones están los poemarios: Respiro invariable (La Habana, 2008), Salmo
y Blues (Miami, 2017), Sin que te brille Dios (Miami, 2017), Esta palabra mía
que tú ordenas (Miami, 2017), y Atráeme contigo, en colaboración con el poeta mexicano
Germán Rizo (Oregón, 2017). Acercamiento a la poesía (Miami, 2018). Ha
publicado, además: Nos va a nombrar ahora la Nostalgia. Donde pondrá la muerte
su mirada, Te mueres, se mueren, nos morimos. Su obra poética y narrativa ha
aparecido en revistas y antologías de varios países. Premiada en el prestigioso Concurso
Internacional Facundo Cabral 2013 y en el certamen Hacer Arte con las Palabras
2017. Primera mención en el I Certamen Internacional de Poesía “Luis Alberto
Ambroggio” 2017 y tercera mención en el mismo concurso de 2018. Fue merecedora
del segundo premio de cuento de La Nota Latina 2016. Premio Internacional
‘Francisco de Aldana’ de Poesía en Lengua Castellana (Italia) 2018. Premio en
el concurso Dulce María Loynaz, 2018, en la categoría Exilio. Finalista en los
concursos: Pilar Fernández Labrador, y en el Premio Rey David de Poesía Bíblica
Iberoamericana (2019).
Un hermoso y, sobre todo, certero análisis de una poesía (la de Andrés E. Díaz Castro), cuya inteligencia exige una lectura atenta y, sí, inteligente. Como ésta tuya, Odalys. Así que te agradezco no sólo que hayas hecho posible la publicación de este gran poemario, sino, además, que ayudes a leerlo como se debe.
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